Los malos buenos y la nostalgia patológica
Mi Villano Favorito 3 no sólo trabaja la evocación desde lo autorreferencial sino desde la nostalgia por la época fetiche del consumismo pop actual: la década del 80. Después del daño que le hicieron a aquellos años productos audiovisuales como Stranger Things o Super 8 (ambas muy buenas, por cierto) es muy difícil que en estos momentos se pueda aportar algo nuevo al jueguito de la nostalgia desde los cálculos algorítmicos del mainstream. Sin embargo, el equipo de Illumination Studios consigue unificar los recuerdos de los mayores de 30 años con la acción y la comedia sin que estemos frente a otro producto centrado en la conservadora cultura del póster. La nostalgia no se introduce como un fin en sí misma, sino que es parte de la narración y es la total conformación del villano de turno. En la historia, el genial cretino Balthazar Bratt (con la voz del genio de Trey Parker en la versión original) es malo por su propia nostalgia, y, al mismo tiempo, nos hace participar a los espectadores adultos en el juego de memoria que propone, en donde Bad de Michael Jackson y otros hits de los 80 como Take on me de A-ha o Physical de Olivia Newton-John, representan un papel central.
La trama continúa con los patrones profamilia que quedaron establecidos en la primera entrega de la saga; en esta oportunidad, el ex villano Gru -que ya incorporó a su vida hijas (en la primera) y esposa (en la segunda)- sigue agrandando su grupo familiar con la presencia de su, hasta ahora, desconocido hermano gemelo. Un poco como yeite de culebrón y otro poco como en el ya clásico episodio de The Simpsons en el que Homero conoce a Herb, Gru se encontrará con Dru, un gemelo no tan idéntico con un look más cercano al de Donald Trump que a su estilo à la Tío Lucas. En el encuentro, Dru tratará de llevar a Gru nuevamente al lado oscuro y ambos se enfrentarán al mencionado villano Bratt, un child star que terminó mal y quedó obsesionado con su fama y con la moda ochentosa, y que, además de tener un mullet maravilloso, utiliza de arma un ¡keytar tira rayos! para delicia de la platea freak de más de 30.
El relato trabaja de manera dual; por un lado se focaliza en la historia de Gru y su hermano, y, por el otro, sigue -aunque en menor medida- a los Minions, que luego de tener mayor protagonismo en la segunda entrega y tener su propia película en aquella derivación ultra taquillera de hace dos años, no forman acá parte del conflicto central. Los Minions se alejan de Gru cansados de su buena onda y se embarcan en un exilio narrado como un minimusical que no solo corre en paralelo al conflicto sino que prácticamente conforma otro spin off pero esta vez dentro de su película madre. Los cambios en la dirección –en esta ocasión el francés Pierre Coffin forma equipo con Eric Guillon y el americano Kyle Balda y deja el dúo con Chris Rinaud- no generan ningún cambio notorio; de hecho la dinámica, por momentos y sobre todo si pensamos en el villano, recuerda a la primera entrega, y el humor continúa en la línea del slapstick deudor de Chuck Jones y Tex Avery, intercalado con algunas escenas de acción llenas de magia y las consabidas cuotas de dulzura for babies.