El día en que se agotaron las risas.
Si tenés una secuela, no seas gil: agregale aunque sea un (1) elemento al plato original para que no suene a autoplagio, aconseja el axioma hollywoodense. A los productores de Mi villano favorito se les hizo fácil en la anterior, tenían el arma secreta al alcance de la mano: eran los Minions, esas especies de ellos freudianos o niños salvajes con aspecto de cápsula farmacológica agigantada, que en la primera habían demostrado tener más star power que el propio protagonista y a los que bastó con darles más cancha para multiplicar ingresos, objetivo final de toda secuela. Hete aquí entonces Mi villano favorito 3, a la que la cosa se le hace más peliaguda. Sucede que los Minions gustan tanto que tienen, desde hace un tiempo, licencia propia, películas aparte, merchandising, fans y todo eso. Por lo cual sobreutilizarlos en película ajena sería contraproducente, de modo que su participación en esta tercera parte es sumamente reducida.
Había que inventar algo nuevo, y lo nuevo es Dru, hermano gemelo perdido de Gru, una especie de Isidorito con tanta plata (y el mismo color de peluca) que el mismísimo Presidente de la Nación (de ellos), que arrastra al regenerado ex villano de nuevo al mundo de la villanía. Pero Dru no está tan loco como Trump, y Gru no llega a ser tan villano como él, por lo cual mil veces más divertido que esta nueva Mi villano... será ver cómo Donald bombardea Siria o le declara la guerra a Corea del Norte. En la primera parte, los guionistas dejaron depositadas tres bombas llamadas Margo, Edith y Agnes, las tres huerfanitas que Gru adoptaba y que estaban llamadas a castrarlo de su villanía. De ahí en más la serie pierde sentido, y es necesario empezar a sacar supervillanos de la manga para justificar al menos el título. En la segunda parte era un mexicano bastante soso apodado “El Macho”, acá es una ex estrella de la tele de los 80 llamado Balthazar Bratt, que no se resigna a ser un desaparecido de los medios y quiere volver a llamar la atención. En los papeles era interesante; en la concreción no.
En ambos casos, guionistas y realizadores parecen más interesados en los laderos del héroe que en el antihéroe, lo cual es un grave error. Recordar a Hitchcock: “Cuanto mejor el villano, mejor la película”. La serie Mi villano favorito tiene problema de villanos: un psicólogo ahí. Mientras tanto, Gru se normaliza cada vez más, como agente de la Liga Antivillanos (“¡Gru, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Tantor!”), mientras la agente Lucy funge ya como su pareja formal. Y Dru, que tiene más plata (y peor gusto) que un mafioso de Miami, lo convence de volver a la acción con su superconvertible bañado en oro, anfibio y artillado, que deja al Aston Martin DB5 de Bond como un Fitito. Pero cuando no hay una verdadera motivación, no hay oro que valga.