No solemos hacerlo en esta columna, pero apostemos: esta película va a superar los tres millones de entradas vendidas en el país. Primero, porque tiene Minions; segundo, porque la serie es de las más queridas por los más chicos. Tercero, porque la cantidad de humor que contiene –ese humor que proviene directo de la mejor tradición del cartoon clásico, como siempre decimos un arte adulto– es suficiente para que el boca a boca lleve al cine al escéptico. Por supuesto que es una buena película sobre el amor y la familia (aquí Gru descubre que tiene un hermano bastante talentoso para la villanía, y eso –cuando ha quedado torpemente desocupado– le genera una crisis moral), pero si nos adentramos en ese territorio caeremos en la trampa que esta clase de cine quiere construir para nosotros: recomendarla por la “moraleja” que podría extraerse de ella. La moraleja –lo decía Borges– debe depender del lector (o espectador) y no estar dictada por el autor. Ese punto es el más flojo de este film, aunque también es tan evidente que puede pasar inadvertido. Y entonces queda la invención gráfica, la mezcla en partes iguales del estilo más colorido europeo y el dinamismo acelerado estadounidense. Atención: el villano del film tiene la voz de Trey Parker, uno de los creadores de “South Park”. ¡Bah! En castellano (¡Ah, bellos tiempos donde había copias en idioma original para quien lo deseara!) aquí eso no importa: recuérdelo para la versión digital.