Despicable Me (traducción literal, Yo, el Despreciable) viene de la alianza entre los estudios Universal e Illumination Entertainment, los cuales están intentando hacerse un lugar en el nicho de la animación digital que lideran Pixar y Dreamworks. Para este proyecto contaron con Chris Renaud, el que viene del riñón de Blue Sky Studios, los responsables de la saga La Era de Hielo. El resultado final no sólo es muy superior a lo esperado, sino que termina siendo una delicia encantadora que hacía tiempo que uno no veía en pantalla.
Acá hay una pequeña historia que sirve de excusa para el filme, pero que termina siendo lo de menos. Este es un mundo dominado por supervillanos de comic, más parecidos a Pierre Nodoyuna que a Lex Luthor. De hecho, el film abreva en las fuentes de Pierre Nodoyuna, que resultaba ser el profesor Fate de La Carrera del Siglo, el que terminaba inventando gigantescas armas inútiles que acababan por explotarle en sus narices. Acá Gru es un genio criminal asistido por su ayudante, el Dr. Nefario, y ambos terminan por inventar las cosas más disparatadas que a uno se le ocurran con el único fin de dominar el mundo. A su vez están asistidos por una multitud de secuaces idénticos, anónimos y torpes que a uno le hace acordar a los Oompa-Loompas de Charlie y la Fábrica de Chocolate, sólo que estos son muchísimo más simpáticos. Como Gru es un supervillano con complejo de inferioridad, decide ir al Banco del Mal para que le financien su proyecto de robar la Luna y transformarse así en el villano número 1 del mundo. Los del banco acceden, siempre que Gru desarrolle un rayo reductor (parte indispensable del proyecto), y el único que existe está en poder de Vector, un tipo al que Gru había despreciado cuando había comenzado en su carrera criminal. Lo que sigue es una galería interminable de intentos fallidos de infiltrarse en la mansión de Vector, hasta que Gru descubre que un trío de huerfanitas que venden galletas tienen vía libre para ingresar a la fortaleza. Gru adopta a las niñas mientras arma toda una serie de robots camuflados de galletas, los que servirán para desactivar las defensas de Vector y así poder robarle su rayo... pero en el medio las niñas empezarán a ablandar al antipático villano, haciéndole descubrir el tipo de buen corazón que estaba enterrado en él. Y, mientras tanto, el tiempo y los planes continúan su curso.
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Pero más allá de su historia tonta y corta, lo que hace que Mi Villano Favorito termina por deslumbrar a la platea son los gags y la animación. Los personajes parecen una mezcla de Pocoyo y la versión original del comic de Los Locos Adams, y tienen una gracia impresionante. Tienen una expresividad notable y tienen unos diálogos graciosísimos. Es que en realidad el éxito de un dibujo animado se basa en que los personajes deben de tener un diseño cómico, ser graciosos sin siquiera hablar, y acá lo cumplen con creces. Gru es un gigante con piernas finitas - un hibrido entre el doctor Evil y el tío Lucas Adams - , y sus ojos tienen una chispa fabulosa. Las niñas son extraordinariamente adorables y dulces, y uno no tarda demasiado de enamorarse de ellas y del resto de los personajes. Sumen a esto una tonelada de secuaces - que hacen mil y una burradas y parecen una legión de clones de Los Tres Chiflados -, y verán de que a uno lo que le importa es ver los gestos de estos deliciosos caracteres, mas allá de si dicen algo con sentido. Por suerte los diálogos también tienen mucha gracia y a esto se suma el hecho - si usted tiene la suerte de verla con subtitulos y las voces originales - de la interpretación vocal, que es excepcional. Steve Carell hace que Gru suene como un pomposo villano alemán de caricatura, y se nota que la pasa bomba. El resto del cast lo acompaña de manera sobrasaliente, incluye a un irreconocible Russell Brand como el anciano científico que trabaja para Gru, y a Julie Andrews como la desagradable madre del protagonista.
Mi Villano Favorito es deliciosa por donde se la mire. Todos sus personajes tienen una gracia magistral, y los gags son realmente cómicos. En realidad es pasar una hora y media de nuestro tiempo con una troupe de amigos encantadores, a los cuales uno empieza a extrañar cuando la película termina y se encienden las luces.