No hay mal que por bien no venga
Mi villano favorito tiene una contra desde que empieza: uno sabe que Gru, ese tipo desagradable, cima de la maldad, se reconvertirá y vivirá una especie de redención luego de que las tres huérfanas de las que se hace cargo le ablanden el corazón. Por eso, la forma en que los directores Pierre Coffin y Chris Renaud lleguen a ese final será termómetro suficiente para sopesar los aciertos o no de esta película, producida por una nueva escudería que se suma al profuso terreno de la animación digital: Universal. Con una cuota de incorrección política, bastante disparate, un buen trabajo sobre el espacio cinematográfico y un humor cercano al del cartoon clásico, de slapstick puro, Mi villano favorito se convierte en una agradable sorpresa plagada de aciertos, formales y temáticos.
El universo de Mi villano favorito tiene sus reglas particulares, las cuales no son explicitadas sino puestas en funcionamiento a partir de la narración: ese es un primer gran acierto. El film imagina, al igual que lo hacía Los increíbles, un mundo totalmente integrado a la idea de convivencia con algo fantástico que pertenece al imaginario de la cultura pop: si en aquella eran los superhéroes, en este caso son los villanos. Y curioso: no parece haber en este mundo ninguna fuerza de seguridad que intente frustrar los planes maléficos de estos personajes entre sofisticados y despreciables, por megalómanos, egocéntricos y materialistas. Porque el mundo que se plantea es puramente economicista y material, y ahí algo más que la ata con aquel film de Brad Bird: Mi villano favorito encuentra la parte administrativa y burocrática de ese mundo fantástico y la convierte en su corazón. Porque si estos tipos tienen planes tan sofisticados como robarse la Luna, necesitan de alguien que los financie: ahí entran los bancos y uno de los mejores chistes del film. Gru va a buscar un crédito a una entidad que se presenta como “Banco del Mal: anteriormente Lehman Brothers”. Mi villano favorito resume en un chiste perfecto lo que a Tom Tykwer le llevaba casi dos horas en la notable Agente internacional.
Y si los guionistas Sergio Pablos, Ken Daurio y Cinco Paul (estos dos últimos de la estupenda Horton y el mundo de los Quien) logran construir un universo coherente y con sus reglas internas bien definidas, desde la imagen los realizadores resuelven todo respetando cierto concepto visual del cine de espías de los 60 y 70, especialmente las primeras películas de James Bond: un concepto de elegancia sofisticada, un refinamiento cosmopolita y algo afectado hasta la parodia: esto se logra, principalmente, gracias a la velocidad con la que se imprime el humor, puro chiste físico, debido a su vez a unas creaciones magníficas, ya la invención cómica del año: los minions. Seres amarillos, esponjosos, casi unos chizitos con ojos, manos y pies, que farfullando un lenguaje casi incomprensible y recurriendo a una violencia contenida, redescubren la eficacia del humor animado de hace 70 años. Su graciosa irrealidad -son asistentes de Gru en su guarida maléfica- aporta el tono justo de disparate anárquico y alejado de toda convención que la película necesitaba. En ellos se respira el espíritu festivo de Mi villano favorito.
Si ponemos en primer plano la forma de este mundo, es porque tal vez lo más flojo de la película sea su anécdota principal: cómo un tipo muy malo no se hace bueno, pero sí al menos da muestras de tener sentimientos. Si bien es cierto que elude casi por completo el sentimentalismo y se apoya en un protagonista muy fuerte como Gru, con chistes sobre niños huérfanos que a alguien le puedan resultar desagradables y un comportamiento digno de un capítulo de South Park, también es cierto que el arco de emociones de su personaje no se desvía de lo previsible. Aunque hay un pero, y este se refiere a la sutileza con la que está construida la redención: para achicar la Luna, Gru necesita un achicador de partículas -o algo por el estilo- que está en poder de su rival, Vector. Y para ingresar en su guarida se tendrá que valer de tres huérfanas a las que adopta sólo con un fin utilitario. Habrá que prestar atención entonces a cuáles son las experiencias que atraviesa este personaje para comprender su movilización interior -un parque de diversiones, leer un cuento, entre otras-, motivada por una visita recurrente al universo de la infancia.
Desde ahí, el final se da por decantación, pero también porque hay una lógica que el film respeta y protege, y no porque se proteja cierto conservadurismo o se pongan en primer plano unos sentimientos por sobre otros, indicándonos que son malos o nocivos. Se sabe que algo está mal, pero no hay un subrayado: el film nos dice que hay actos malos y actos buenos, y gente que los comete sea buena o mala. Esa coherencia del film, que es tanto temática como estética, se complementa con un sentido del humor que raya lo desquiciado y que será, seguramente, su marca distintiva: tal vez el mayor pecado del film es que muchas veces la anécdota queda sepultada bajo capas y capas de referencias y gags, y no es que uno tenga nada contra la comedia pura, pero sí cuando atenta deliberadamente contra la narración. Es ahí, creo, donde Mi villano favorito queda relegada a un segundo lugar tras películas como Lluvia de hamburguesas, Horton y el mundo de los Quien, Cómo entrenar a tu dragón o Kung fu panda, las mejores películas en animación digital realizadas en la periferia de Pixar.
Otro peligro que tiene Mi villano favorito es que, observando sus particularidades y teniendo en cuenta el éxito en el que se ha convertido, sus realizadores quieran hacer de esto una franquicia y estirar la anécdota y a sus personajes mucho más allá de lo recomendable. Los minions son una de las cosas más graciosas que existe sobre la faz de la Tierra -así nomás-, pero parecen construidos bajo el síndrome pingüinos de Madagascar o ardilla de La era del hielo. El film es encantador y funciona, pero su anécdota parece acotada y con no mucho más para decir, al menos que se pueda explotar el vínculo de las niñas y Gru, unidos por la maldad, por lo que pensar en una saga suena hoy poco interesante. Así como está, Mi villano favorito tiene todo para convertirse en un buen recuerdo: esperemos que no la transformen en una pesadilla recurrente. Porque el que se quema con Shrek, ve un ogro y llora.