La fragilidad de los afectos, según Nanni Moretti
El cineasta italiano transformó la muerte de su madre- en pleno rodaje de Habemus Papa - en una reflexión sobre la pérdida. Además, apuntes sobre la locura del quehacer cinematográfico, la paternidad y la conciencia de la vulnerabilidad.Nanni Moretti es uno de los directores italianos más importantes de los últimos años y aunque por cuestiones de distribución no todas sus películas fueron estrenadas en la Argentina –al igual que buena parte del resto de la producción italiana, francesa, inglesa y así–, lo cierto es que en general se puede ver su trabajo en los festivales, ciclos y retrospectivas. Y la esforzada búsqueda bien vale la pena, porque la obra de Moretti logra captar la esencia de la sociedad de su país, con una fórmula que combina la crítica corrosiva, el humor, el drama dosificado con inteligencia y las ensoñaciones que muchas veces abrevan en el absurdo.
Moretti juega en esa selecta liga de maestros y desde ese lugar que no pidió pero que se ganó, se permite libertades inimaginables para otros realizadores. En ese sentido, para el director romano su propia vida es uno de los pilares de su cinematografía y así, a partir de la muerte de su madre que ocurrió durante el rodaje de Habemus Papa, el dolor se transformó en una reflexión sobre la pérdida en esta, su siguiente película, en donde además añade apuntes sobre la locura que significa hacer cine, la paternidad y la conciencia sobre la propia fragilidad.
Mi madre está centrada en Margherita (formidable Margherita Buy), una directora de cine que trata de cumplir con los plazos de producción de una película que aborda la toma de una fábrica que fue vendida a Barry Huggins (John Turturro), un empresario estadounidense, mientras asiste junto a su hermano Giovanni (el propio Moretti) a la enfermedad de su madre Ada (Giulia Lazzarini), que empeora irremediablemente.
Por un lado el relato retrata la negación de Margherita frente a lo que se avecina –hay que prestar atención a un accidente doméstico que da paso a toda la angustia acumulada–, pero también muestra el acotado universo de los afectos de la protagonista, que por cierto, es el alter ego de Moretti, en donde sólo tienen razón de ser su madre, su hija, que está en plena adolescencia, y su hermano, suerte de voz de la razón en medio de la tragedia.
Sin embargo, la puesta de Moretti esquiva el drama puro y duro con la participación de John Turturro, que llega al set para encarnar al dueño de la fábrica del film en rodaje, histriónico hasta la irritación, incapaz de memorizar una línea y tan conmovedoramente neurótico como desopilante, que alivia la tensión de la historia principal sin dejar de constituir uno de los afluentes importantes del tono afectivo y nostálgico de Mi madre, una bella película y sin dudas, uno de los estrenos ineludibles del año.