Mamita querida
Haciendo incisión nuevamente en el tema de la pérdida, Nanni Moretti teje una nueva ficción tragicómica y bilingüe llamada Mia madre (Mia madre, 2015), presentada oficialmente en el 68 Festival de Cannes.
Mia madre sigue a Margherita (Margherita Buy), una directora de cine que atraviesa la difícil labor de rodar su proyecto actual mientras que lidia con el hecho de estar perdiendo poco a poco a su madre. Margherita trabaja, dirige, decide, compra, visita, duerme y pasea. Ella, sin embargo, no está ahí; hace todo automáticamente: no sabe por qué dice lo que dice, ni para qué visita a su madre todos los días. Su rutina autómata la resguarda de tener que ver más allá de lo que hace.
La “mamma” en cuestión es Ada (Giulia Lazzarini) una profesora de Latín que se encuentra hospitalizada por problemas cardíacos, y cuyo inevitable deterioro arrastra consigo no solo a Margherita (que experimenta una crisis dentro y fuera del rodaje) sino también al resto de su familia. Su hermano Giovanni (Moretti mismo) y su hija Livia (Beatrice Mancini), por ejemplo, son la contraparte más estable y organizada, un punto de confianza y estabilidad en un mundo donde a Margherita todo la desborda.
Y si de desbordes se trata, la llegada de Barry Huggins (John Turturro) - un insufrible actor americano – al set será la cereza del postre: Barry es el estereotipo de la estrellita americana (que cuenta con los dedos de la mano su conocimiento de la cultura italiana y sin embargo se siente Vittorio Gassman) con un twist. Se la pasa contando fabulas sobre su carrera y olvidándose la letra en cada toma sin excepción. De ahí en adelante, caos tragicómico.
A medida que el film avanza, Margarita reconstruye la historia de ella y su madre con figmentos de realidad contaminadas por lo onírico, un recurso que nutre al film y el cual no se explota lo suficiente (o al menos no del mejor modo).
Luego de dar varias entrevistas, es un hecho consabido que Moretti hizo catarsis con este film, estudiando su propia experiencia al perder a su madre mientras rodaba Habemus Papa allá por el 2011. La devastadora presión de no solo dirigir sino también actuar en un film de tal magnitud mientras que pasaba uno de los duelos más importantes en la vida lo impulsó, años más tarde, a sentarse y adaptar su experiencia al celuloide.
Y, como Moretti, Margherita parece estar negada a creer que su madre, esa madre de hierro, esté muriendo. Los flashbacks/ensoñaciones que vamos atestiguando durante el film, construyen a Ada como una figura igual de distante que trascendental para su hija. Reflejando la vida misma, a los hijos de Ada les cuesta ver la hendedura en la estatua, la vulnerabilidad en su héroe.
En este sentido, es extraña la sensación que dibuja la narrativa: pareciera que Margherita nunca conoció del todo a su madre, es un mito al que nunca accedió. ¿Por culpa de la madre? ¿Por culpa de ella? ¿Y el padre? No se sabe, pero la relación es esta, y es tensa.
Lo cierto es que el vínculo que sí une a Ada y a Margherita inexorablemente es el del trabajo: La raison de vivre de Margherita son sus films, un único pero muy importante hilo conductor con su madre, profesora adorada por sus estudiantes. Ambas mujeres parecen realizadas solamente cuando las vemos en lo suyo. Como dicen, “el trabajo dignifica”.
En este punto, cabe aclarar que, en el mundo de Margherita, la vida equivale a la decencia, y la decencia al trabajo. Quizás sea por eso que se angustia cuando no puede ver a su madre caminar, cuando filma a sus falsos obreros despedidos de la fábrica, o cuando su novio no respeta su separación. “¿No podemos mantener la decencia?” implora hastiada más de una vez.
Sin duda, los momentos más perspicaces de la película se dan cuando se superponen las tres generaciones de mujeres – Ada, Margherita y Livia – marcando las dinámicas complicadas de nuestra protagonista con el mundo exterior y consigo misma.
En cambio, los puntos más bajos son los clichés dramáticos en los que cae el film, desde un timing de telenovela musicalmente hablando, hasta las escenas que pecan de sobre-explicar situaciones implícitas.
Ante este drama, demasiado real y por ende demasiado duro, el director nos enjuaga la boca con escenas cómicas acompañadas por el ingenio de Turturro, que se roba cada una de ellas. Es un buen trago de aire, pero el problema es que a veces se siente que el personaje solo está ahí para contrabalancear el drama de la película, y para nada más.
En la evolución de la narrativa de Moretti, Mia madre es un retroceso y un avance al mismo tiempo. Si bien maneja con mayor sutileza las transiciones de situaciones dramáticas a las cómicas, y aprende a hacerse a un costado como actor, parece perder un poco ese punto de vista que lo hizo único en su momento. Su don de presentar la realidad sigue ahí estupendamente; solo se queda cortito de un empujón más hacia la ficción.