De su profundo dolor por la pérdida de su madre, Nani Moretti decidió narrar en “Mia Madre” (Italia 2015) el camino desandado por una realizadora cinematográfica (Margherita Buy), que en medio de un complicado rodaje, ve como su madre (Giulia Lazzarini) se va apagando y alejando físicamente de ella.
Enferma, internada, con un diagnóstico complicado, Ada (Lazzarini) se mantiene ajena a los cuidados diarios de sus hijos, Margherita (Buy) y Giovanni (Moretti), quienes se desviven por tratar de encontrar la mejor terapia para sus últimos días.
Enfocada en Margherita, “Mia Madre” bucea en los fantasmas y alucinaciones de una mujer que supo en algún momento dirigir toda su energía productiva hacia lugares luminosos, pero que, enfermedad de la madre y crisis personal mediante, en la actualidad no sabe cómo canalizar sus dudas, cuestionamientos y rutinas.
Para colmo de males, y para sumarle mucho más stress a la ya para nada fácil tarea de cuidar a un familiar enfermo, la incorporación al filme en el que está trabajando de un actor norteamericano descendiente de italianos (John Turturro) le complicará su realidad hasta niveles insospechados.
Moretti trabaja los dos mundos, el del cine, en donde Margherita es una líder democrática hasta la llegada de Barry (Turturro), y el de la familia, en donde cede frente a algunas decisiones tomadas por su hermano o por su hija (una adolescente con ganas de llegar a los objetivos de la manera más rápida y fácil) para hablar de su propia realidad.
El punto de vista elegido, el de la directora, lo acerca a cuando él mismo realizaba “Habemus Papa” y se enfrentó con la muerte de su madre, pero también con la desolación de encontrarse huérfano en un mundo en el que los afectos determinan la identidad.
“Mia Madre” juega con lo onírico, y allí le permite a Margherita la transposición de los restos diurnos felices, en algunos casos, con los que Moretti fantasea en poder reencontrarse con su madre y su familia.
Porque más allá de la temporalidad escogida para narrar, también el director busca con algunos de estos sueños o con algunas escenas de flashbacks, construir la relación entre la directora y su madre, quizás emulando algunas que él mismo vivió con su progenitora.
Ada día a día se deteriora, y va dejando este mundo no sin antes legar en sus hijos el amor con el que en su pasado educó a varias generaciones en el idioma latín. Curioso es que justamente en sus últimos días, su erudición tan sólo puede ser transmitida a través de su mirada, que cristalina va apagándose y no le permite ni siquiera dialogar.
Moretti entiende la difícil situación de una familia que se va despidiendo en vida de un ser esencial, la madre, y lo plasma con maestría en un relato desgarrador, honesto, doloroso, en el que la sola extensión de sus anécdotas termina configurando un microuniverso verosímil para entender la realidad suya, la de Margherita y la de miles de personas que a diario ven como sus seres queridos se van físicamente de ellos.