Mía

Crítica de Diego Braude - Página 12

Una historia de amor y de identidades

Luces desenfocadas que se van enfocando. Es un restaurante lleno y por entre las mesas aparece una nena cargando con mucho cuidado una torta con una velita prendida; su madre la espera al final de la caminata para sonreírle mientras todos cantan el “Feliz cumpleaños”. La visión se aleja de nuevo, se muestra mirando desde fuera, donde ella observa la escena, la ñata contra el vidrio diría el tango. Se acomoda delicadamente con uñas despintadas, el pelo seco, mientras el reflejo furtivo del ventanal del local le devuelve su sonrisa. Un chistido la despierta del trance; su carro ya está lleno del cartón que el restaurante puede ofrecerle y es hora de que se las tome. Ale –ni Alejandro ni Alejandra– se pone su gorro y se aleja. Mía, la nueva película de Javier Van de Couter, está condensada en ese primer minuto.

Ale (Camila Sosa Villada) es una travesti cartonera que vive en Aldea Rosa, un asentamiento poblado principalmente por gays y travestis ubicado atrás de Ciudad Universitaria (que rememora al real, desalojado violentamente en 1998 y nuevamente en 2006). La noche en que inicia la narración, Ale termina regresando a casa con una caja llena de los objetos de una joven mujer que ha muerto, cuyo nombre es Mía, entre los que se encuentra un diario íntimo donde ésta le escribía a su hija.

El intento de Ale por devolver el diario la pone en contacto con Julia (Maite Lanata) y su padre Manuel (Rodrigo de la Serna), quienes oscilan entre la sensación de abandono y el desconcierto frente a la situación en la que la muerte de la autora del texto encontrado los dejó. Ale se filtra por ese resquicio, un poco sin quererlo, un poco estimulada por la fantasía de dejar de mirar desde la ventana; la idea de poder “completarse”, al margen de las instancias materiales. Es que a su vez ella aparece para ofrecer aquello que tanto Julia como Manuel necesitan, que es algo tan básico como poder volver a querer y sentirse queridos.

La caricia, la risa y el juego de Julia con Ale son como la torta del inicio, así como el de reojo que a Manuel le cuesta modificar marca la pared para el sueño de la aldeana. Por otra parte, en uno de los debates entre los miembros de Aldea Rosa, Ale denuncia la necesidad de tener “una vida normal, como los demás”, de dejar de vivir entre los yuyos, a lo que Antigua (Naty Menstrual), una de las habitantes fundacionales, le responde: “Donde vos ves yuyos, yo veo un bosque”.

Mía, además de una historia de amor, es una historia de identidades; quién se es, quién se quiere ser. Van de Couter, después de una larga investigación, hace convivir el relato de afectos con el construir seres que no sólo se ven expuestos a una situación de marginalidad, sino que luchan políticamente por su derecho legal –en lugar de la pasividad habitual que abunda en el imaginario, y no sólo en el cinematográfico– así como por el de ser felices.