Sobre el imperativo kantiano
Basada en la novela que Heinrich Von Kleist escribió en el siglo XIX, esta versión del francés Des Paillères puede ser vista como una parábola sobre la dignidad individual, los atropellos de los poderosos o los principios personales en grado de fanatismo.
Por dos caballos negros y el capricho de un señor, Michael Kohlhaas, que supo ser un hombre respetable, hacendado de familia, se convertirá en marginal y bandolero, líder de una banda de irregulares perseguidos por las autoridades de la región. Una vez producido el atropello, este hombre manso no aceptará nada que no represente la justa retribución. Ninguna concesión, ninguna negociación, ninguna renuncia. Basada en la novela que Heinrich Von Kleist escribió en el siglo XIX sobre una historia ocurrida tres centurias más atrás, esta segunda versión de Michael Kohlhaas (a fines de los ’60 Volker Schlöndorff dirigió la anterior) puede ser vista como una parábola sobre la dignidad individual, los atropellos de los poderosos o sobre los principios personales en grado de fanatismo.Presentada en Cannes 2013, esta versión gala de una leyenda alemana presenta al danés Mads Mikkelsen hablando en francés, como héroe semiexcluyente de una tragedia de tiempos feudales. Kohlhaas cuenta con el permiso de la princesa del lugar para atravesar sus dominios con su hacienda, pero una mañana se topa con un joven barón que parece tener otras ideas. Deberá dejar, a modo de consignación, dos caballos elegidos por el noble, retirándolos a su regreso. Ya en esa primera escena se adivina que lo que está en juego entre ambos es una cuestión de poder, más allá de una dádiva más o menos, y que ninguno dará el brazo a torcer. No los asisten, desde ya, razones parejas. El joven barón quiere imponer su arbitrio, Kohlhaas pretende que se respeten los derechos acordados. Sí los iguala una misma obstinación.No es raro que Franz Kafka tuviera a la novela de Kleist en su más alta consideración: como la de los héroes de El proceso y El castillo, la de Kohlhaas es una épica condenada de antemano al fracaso, por una cuestión de relaciones de poder. Una épica absurda, teniendo en cuenta sus posibilidades de éxito, a la que sólo el plano de la ética personal justifica. Y con un remate que acentúa la sensación de absurdo, de destiempo o desfase. Mueve a Kohlhaas una suerte de imperativo kantiano: hacer lo que hay que hacer, más allá de la eventualidad del resultado. Con exclusión del paralelismo de sentido, nada remite a Kafka en Michael Kohlhaas. Cero alegoría aquí: en su opus 4, el hasta aquí desconocido Arnaud des Pallières opta por una forma de realismo austero y radical.En las antípodas de lo que el academicismo impone para el género “cine de época”, Des Pallières no se relaciona con la Historia como lo haría un curador de museo, obsesionado hasta la manía con la reconstrucción precisa, obsesiva, inevitablemente excesiva y desgraciadamente lujosa de cada detalle de vestuario y ambiente. El realizador francés le quita la mayúscula al género: en Michael Kohlhaas importa menos la Historia que la historia. Todo lo que sucede parecería estar ocurriendo ahora, en presente y en realidad, sin que las cosas tengan el brillo propio del espectáculo. Comparar el film de des Pallières con Corazón valiente permite advertir otra diferencia, esta vez entre la épica (de aquélla) y la crónica (de ésta).A partir de determinado episodio familiar, la anécdota aproxima el film de des Pallières al de Mel Gibson. Lo que diverge por completo es su tratamiento, tono e intención. Allí la tragedia se hacía explosiva, cuestión de pulsar a fondo el mecanismo de identificación automática entre el espectador y el héroe. Aquí es siempre sobria, cotidiana, asordinada. No se apunta a la identificación sino a la observación, eventualmente el análisis. Una lástima que se hayan “corregido” algunas facetas del personaje real, más interesante tal vez en el carácter sanguinario que la historia le atribuye que como el aplicado proveedor de justicia, incluso entre la tropa propia, que Des Pallières construye para él. Otro punto débil es el personaje de la hija, que crece más en centimetraje fílmico que como focalización de algún punto de vista.Con un Mads Mikkelsen cuya fuerte presencia –de dejo melancólico aquí, como paladeando de antemano todo lo que va a perder– explica que haya sido archivillano Bond en Casino Royale y venga de ser el nuevo Lecter en la serie Hannibal, el elenco de Michael Kohlhaas se presenta rociado de grandes nombres. Sometiéndose a una lengua que le es tan ajena como al protagonista, Bruno Ganz hace de gobernador, única autoridad que simpatiza con el héroe; Sergi López compone una suerte de Sancho Panza catalán, y el Denis Lavant de Malasangre y Bella tarea completa, en el papel de predicador, la plantilla de famosos.