La ley y el orden
Con largos, interminables bosques en grandes tomas panorámicas, con la meticulosa observación de un hombre, su familia, sus caballos y una épica circunscripta a asuntos personales, la adaptación de este héroe del siglo XVI retoma elementos del western para narrar una historia renacentista, sin abandonar una visión contemporánea.
Mads Mikkelsen es Michael Kohlhaas –el héroe del escritor romántico Heinrich von Kleist–, un criador y vendedor de caballos a quien, en su travesía, los representantes de un orden feudal decadente, pero aún en pie, exigen el pago de un peaje. La negativa de Kohlhaas, que representa la libertad y los ideales románticos, lo opone al régimen represivo y, tras un inesperado castigo del barón (Swann Arlaud), levanta a los siervos en armas contra los señores feudales.
El director francés Arnaud des Pallières ambienta la historia en las Cevenas (el original transcurre en Sajonia) y dota a Kohlhaas de la vocación de vigilante, tan cara a íconos de Hollywood, desde John Wayne hasta Clint Eastwood. El aura de The Searchers, la obra mítica de John Ford, puede notarse en la búsqueda desesperada del hombre, en el cuidado de su familia, mientras las brumosas montañas, tan contrastantes con el desierto americano, son una interesante disrupción. Igual de importante es la lucha interna de Kohlhaas. En un momento en que la religión era la ley, el sublevado se cuestiona el sinsentido de tantas muertes y, a cambio de paz espiritual, depone su cruzada. En ese retrato de hombre abatido y cuestionado se cruzan imágenes de La caza, otro gran film protagonizado por Mikkelsen. Pero lo sobresaliente es su sed de justicia, aquello que hizo al libro importante para su tiempo, al extremo de que Franz Kafka refirió a este y su enorme poder emotivo en una de sus dos únicas apariciones públicas.