Principios y consecuencias
La película se inspira en la historia del héore Michael Kohlhaas para hacer un relato sobre la justicia y la venganza.
Alguna vez un filósofo petiso y feo, según la descripción oficial, inmortalizó que la muerte puede ser una forma de heroísmo. Se llamaba Sócrates y ha sido venerado desde entonces. Con él un ideal empezaba a brillar en el firmamento. En efecto, por siglos jamás se dudó de la nobleza de ese destino elegido cuando se debe optar en situaciones extremas entre la vida o la coherencia. La vergüenza del cobarde mancilla el alma; el encomendarse a la inmortalidad del alma para defender un valor la enaltece. Extraña operación existencial, sospechosa. He aquí entonces el dilema final del héroe de Michael Kohlhaas.
Basada en una novela breve de Heinrich von Kleist publicada en el siglo XIX, de título homónimo, el director Arnaud des Pallières y su guionista Christelle Berthevas recontextualizaron el relato en pleno siglo XVI, sustituyendo Alemania por Francia, en un período monárquico. El tema de fondo: la justicia y la venganza, tópicos comprensibles en cualquier tiempo histórico aunque signados aquí por una época.
Lo que pone en juego la desgracia del protagonista es casi una anécdota: un miembro de la realeza tomará "prestado" dos hermosos caballos de Kohlhaas, quien vive con su mujer embarazada y su hija. Por cierto, Kohlhaas es un campesino sensible y peculiar, capaz de criar caballos inigualables y de entenderlos como nadie. El altercado con la realeza precipitará la desgracia: los caballos volverán heridos y también el colaborador más cercano malherido de Kohlhaas. Esto, sin muchas explicaciones, motivará una rebelión campesina. El abuso de poder persuade a los súbditos a la desobediencia, aunque todo resulte demasiado abstracto.
Película extraña la de des Pallières: asociarla con Corazón valiente no cuesta nada, aunque la distancia respecto del sobrevalorado filme de Mel Gibson es ostensible. El tono poco tiene de épico, y no solamente faltará el grito de "¡Libertad!" en el final, sino que tampoco habrá arengas, cuerpos sangrientos y una oda masculina a la batalla. La caída de los heridos y los muertos, en una escena de enfrentamiento, se verá en una panorámica, y el fuera de campo es la forma elegida para connotar la muerte sin mostrarla. Es decir, el ascetismo con el que se encara la venganza justiciera es misterioso, hasta que una escena en la que interviene un teólogo funciona como la conciencia del propio relato y una explicación indirecta del pudor frente a la violencia. Se trata ese momento de un encuentro formidable entre dos actores admirables: el actor danés Mads Mikkelsen (conocido por la serie Hannibal) y el inimitable Denis Lavant. Y es justo ahí cuando se enuncia lo que articula el discurso de la película: existe siempre una tensión entre principios y acciones, y en ocasiones las consecuencias traicionan los principios.
Lo más interesante de Michael Kohlhaas es lo circunstancial y lo aledaño al relato, es decir, todo lo que se circunscribe a la física de la película: los caballos, los bosques, la mirada de Mikkelsen, el viento, los espacios abiertos constituyen una película paralela. No todo pasa por el argumento. A veces, la película está a los costados o al fondo. Una película plegada sobre otra en la misma pantalla.