Es una lástima que Michelangelo Infinito no confíe más en el acto de documentar audiovisualmente la obra del escultor y pintor Miguel Ángel Buonarotti. Los segmentos dedicados a su arte no sólo alcanzan límites trascendentales por la naturaleza insondable de sus creaciones. Bajo una luz donde el detalle es amplificado para nuestro deleite como espectadores, el film ausculta las pinturas y esculturas de este hombre renacentista a la manera de un descubrimiento que no había ocurrido antes y no volverá a ocurrir. Incluso para los visitantes de su obra, será imposible ver esta con tal nivel de precisión como ocurre en la sala de cine.
También es una experiencia esclarecedora por el análisis del narrador. Las indagaciones expuestas durante estos pasajes no son escupidos en una cantinela de términos eruditos. Más bien escuchamos una voz que se enfrenta a un misterio, este mismo que estamos observando. El narrador nos quiere despertar frente al descubrimiento de una obra magna donde el arte nos permita captar al ser humano como semejanza con Dios, aunque no en plena igualdad. Como los dedos que casi se tocan mas nunca lo hacen en la capilla Sixtina, el arte de Miguel Ángel pone una lupa en el misterio de la vida terrenal, pero sin desentrañarlo del todo.
Probablemente sea por esto que las reflexiones del artista y uno de sus biógrafos, interpretadas respectivamente por Lo Verso y Marescotti, resulten tan cansinas. No se siente orgánico con respecto a la narración y explica con tremenda torpeza el proceso del creador. Entorpece incluso el ritmo del documental con respecto a los pasajes enfocados en las obras. Además, los actores están supeditados al narrador como una manera de justificar esos segmentos, cuando sabemos que una actuación se sostiene por sí sola. No hace falta contraponer la ficción con la aparente realidad efectiva.
En cambio, quisiéramos escuchar más esta voz que casi nos susurra la certeza de una trascendencia, a medida que la cámara detalla las pinturas con suma elegancia. Ni siquiera la música le hace justicia al despliegue visual, reconocido con un premio David Di Donatello por sus efectos especiales. Por momentos, tenemos notas que nos aturden la experiencia en busca de la mentada grandeza. Y durante otras pocas escenas, la banda sonora magnifica esta sensación de descubrimiento
Estamos, como cada vez menos, ante una película que celebra el ritual de ver imágenes en pantalla grande no como un espectáculo, sino como un enigma. Tanto la obra de Miguel Ángel como parte del acercamiento del director y los guionistas nos invitan a este evento a medio camino entre la belleza, el asombro y la inquietud por aquello que nunca terminaremos de conocer. Y es en la sala de cine donde se sella esta experiencia.