El sitio del Museo del Vaticano, uno de los principales productores de Michelangelo infinito, afirma que con esta película se “renueva el empeño didáctico-divulgativo” de la institución. Didactismo y divulgación: dos palabras que podrán llevarse de maravillas con la lógica de un museo, pero no con la del cine.
La película es un pormenorizado retrato de la obra de Miguel Ángel realizado a través de múltiples recursos discursivos, desde una omnipresente voz en off hasta recreaciones históricas –dignas de un documental de Nat Geo- en las que el artista narra a cámara sus particulares técnicas de trabajo. Por ahí también anda un alter ego ficticio de Giorgio Vasari, uno de los primeros historiadores del arte, destacando las bondades de su compatriota.
Siempre embelesada con su objeto de estudio, Michelangelo infinito apuesta a una épica constante subrayada desde una banda sonora estridente, con violines al palo. No hay líneas de diálogo que no sean graves ni solemnes. Los únicos momentos de auténtica belleza suceden cuando la cámara recorre pormenorizadamente algunas de las obras más emblemáticas, deteniéndose hasta en las huellas de las herramientas de Miguel Ángel sobre la piedra. Con eso alcanza y sobra para mostrar la magnificencia del italiano. Todo el resto es pura enciclopedia escolar.