A principios de los años 70 Christopher Lee – harto de los papeles de Drácula y otros roles de monstruos que encarnaba en la Hammer – decidió cortarse solo y producir un filme de horror… diferente. En un principio se acercó al libretista Anthony Shaffer, el cual había leído la novela Ritual de David Pinner y había quedado prendado con el texto. En él un policía de firmes convicciones cristianas investigaba lo que parecía ser un asesinato con tintes de sacrificio pagano en un pequeño pueblo inglés. Sin embargo Shaffer decidió tomar la novela como inspiración para expandir la premisa – le pagaron a Pinner los correspondientes derechos sobre el libro – y creó una historia mucho mas sólida y fascinante, la cual se plasmó en el filme The Wicker Man – El Hombre de Mimbre – dirigida por Robin Hardy en 1973. Aunque obtuvo los favores de la crítica, el distribuidor manejó muy mal la publicidad y prácticamente el filme fue ignorado por el público, siendo redescubierto años mas tarde y pasando a ser un auténtico clásico de culto.
Si todo director de porte ha querido hacer su propio 2001, Odisea del Espacio – una de ciencia ficción pensante con connotaciones trascendentales -, la admiración de Ari Aster (Hereditary) pasa por otro lado y ha decidido hacer su propio Hombre de Mimbre. No, no es un calco del filme de Hardy pero las influencias son super obvias – forastero envuelto en un culto pagano; una comunidad aislada que venera el sol y la fertilidad; la muerte como sacrificio ritual a los dioses y proceso de reciclado de la vida -, solo que Aster las cocina de un modo diferente. Hay un largo preámbulo para establecer el background emocional de la protagonista – la siempre formidable Florence Pugh de Mujercitas, Luchando con mi Familia y la inminente película de Viuda Negra de Marvel -, la cual vive en permanente agonía después de que su hermana bipolar matara a sus padres y ella misma se suicidara. Para colmo la Pugh no tiene apoyo emocional de nadie ya que su novio egoísta (Jack Treynor) está harto de ser su soporte y la troupe de sus amigos (William Jackson Harper de The Good Place; Will Poulter de El Corredor del Laberinto; el sueco Vilhelm Blomgren) le exigen a gritos que rompa y se busque una chica con menos problemas. Surge en el medio una propuesta del chico sueco para visitar el pueblo donde viven sus padres en Suecia (¿dónde, sino?), el cual vive sumergido en una religión pagana que tiene aspectos fascinantes como para que los chicos universitarios puedan escribir una tesis sobre él.
Aster crea un ambiente de incomodidad en constante aumento. La apatía de los chicos, el desborde emocional de la Pugh carente del consuelo que merece; los planos fijos en donde los diálogos de la Pugh con sus interlocutores se mantienen a través de los reflejos de éstos en vidrios y espejos (no hay el tradicional corte de plano a la cara de cada uno cuando alguien dice un parlamento, resaltando la distancia emocional entre la Pugh y el resto de la gente), y esos ambientes oscuros y cerrados que contrastan en gran forma con la luminosidad del pueblo sueco de Harga que, para colmo, está sumido en el Sol de Medianoche… la falta de oscuridad altera los sentidos (recuerdan Insomnia?) y, entre eso y los honguitos alucinógenos que se mandan los suecos, nada de lo que viven los chicos parece real.
Ni bien la troupe principal pisa Harga, Midsommar entra en modo The Wicker Man a full. Hay diferencias, claro: ni la Pugh ni su apático novio ni sus detestables amigos poseen la fortaleza moral y espiritual de Edward Woodward en el filme de 1973, y son mas espectadores pasivos de un espectáculo que se vuelve cada vez mas terrorífico sin que tengan una vía de escape a mano. Cuando la gente de Harga se vuelve explícitamente una amenaza, ya es demasiado tarde.
El problema con Midsommar es que, salvo un par de escenas de shock, el resto es mas incómodo que terrorífico. El filme falla cuando, al terminar la primera hora, se despacha con un espectáculo sangriento… y los yanquis deciden quedarse a pesar de todo porque aceptan lo ocurrido como una tradición propia de la religión pagana de la gente de Harga. No es la reacción natural de cualquiera – yo me hubiera subido a la camioneta sin pensarlo y hubiera salido pitando del pueblo -, con lo cual todo lo que sigue es medio traído de los pelos. Esta gente – molestos, irrespetuosos, banales – es demasiado pasiva con lo que ocurre alrededor y actúan como si fueran típicos turistas que ven un sacrificio humano con absoluta naturalidad – es uno de los puntos álgidos de su “tour” -. Por eso no es de extrañar que les pase lo que les pasa. Al menos la Pugh obtiene su recompensa, encontrando su lugar en el mundo en el medio de este culto con tintes matriarcales.
Midsommar tiene sus momentos, pero es demasiado larga y poco precisa. Aster está mas embelesado en crear climas y costumbres bizarras de los religiosos que en desarrollar el viaje emocional de la protagonista, el cual tiene un desarrollo muy abrupto. Está lejos de ser otra The Wicker Man, porque en el filme de Hardy el protagonista destilaba carisma e inteligencia en su cruzada contra la conspiración pagana que le ocultaba la verdad. Acá sólo se trata de un grupo de yanquis aburridos que prefieren pasar sus vacaciones en el pueblo mas bizarro y aburrido de Suecia – ¿en serio? ¿pudiendo ir a esquiar o a visitar Estocolmo, los fiordos u otro lugar mas excitante? – sólo porque el libreto lo quiere… y aún después de ver un par de muertes horribles. No, no es un desarrollo natural de los acontecimientos ni la reacción mas natural de una persona… a menos que sea un artilugio intelectual del libreto para poder exponer su teoría.