Midsommar

Crítica de Diego Alvarez - Cuatro Bastardos

Midsommar: Un retorcido cuento de hadas inciático.
El nuevo film de Ari Aster (Hereditary, 2018) nos sumerge en un viaje hacia lo más recóndito del ser humano y la superación de un duelo al igual que en su ópera prima pero, a la vez, de forma diferente.
Hablemos claro: Midsommar (2019) no es ni por asomo un film de terror.
Hablar de “Terror” no es lo mismo que hablar de “Horror”. Si bien los dos términos se utilizan usualmente como sinónimos, nada tiene que ver uno con el otro. Sobre todo en el género cinematográfico.
A través del tiempo, el cine ha sido usado para contar los cambios a nivel social, político o de cualquier otra índole. El género no es ajeno a ello.
Varios cineastas de la talla de John Carpenter o George Romero (por citar solo dos ejemplos) han sabido manipular el celuloide para hablarnos de la condición humana y sus actos/consecuencias a través del tiempo.
El decadente nuevo milenio y su hartazgo por una obra de autor, alimentándonos a base de blockbusters llenos de golpes de efecto (o más bien dicho, Jumpscares), nos ha dejado con sabor a poco al ver alguna nueva película “de terror” que termina más bien siendo DE TERROR.
Aclaremos: el “Terror” nos remite a espectros, entes sobrenaturales. El “Horror” es algo más visceral, nos incomoda, nos deja un mal sabor de boca.
Ya en El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), el debutante Ari Aster nos hablaba sobre la superación de un duelo familiar. Una muerte que termina trastocando a todo el entorno familiar y desata una fuerza oscura que permanecía latente a través de, si se quiere, la sangre.
La obsesión estética del director por contar una historia que veríamos como un drama en tono de película de horror, unida a sonidos que generan incomodidad y planos simétricos, ya es marca registrada en su escueta filmografía.
Ahora vuelve a hacer lo mismo con Midsommar: El terror no espera a la noche (Midsommar, 2019), aunque a diferencia de aquella, el nuevo film del realizador parece la otra cara de la moneda: cuando en Hereditary el horror se escondía en la oscuridad, aquí no se puede ocultar, como si de una relación tóxica se tratara.
Como en su ópera prima, Aster nos introduce en Midsommar con un plano que nos anticipa todo el film, una especie de tapete donde se conjugan los cuatro actos del film. En él vemos muerte y resurrección de la protagonista. En el medio, su viaje iniciático.
Como si de un cuento de hadas siniestro se tratara (y así nos lo muestra el director, optando por poner al comienzo un bosque nevado, escenario propio de este género literario, al son de sonidos de arpa), el film nos muestra la vida de Dani (Florence Pugh), una joven que está siendo presa de una relación a punto de colapsar con su pareja, Christian (Jack Reynor), en parte por el drama familiar que vive.
Ya desde el comienzo, el primer punto de quiebre en la trama (la muerte de los padres de Dani a manos de su hermana bipolar y el suicidio posterior de ésta), se nos muestra un lugar oscuro, frío.
Vemos a Dani sola, hablando con pantallas (sean de celular o de computadoras) que no le devuelven ninguna clase de sentimientos, un poco como su pareja y su familia.
Luego del brutal prólogo y dos travellings que atraviesan ventanas hacia la oscuridad, hacia la nada; ventanas que nos están diciendo que “allá afuera hay otra cosa, hay otra oportunidad de vida”, comienza el viaje a través de la luz. Un viaje que experimentaremos junto a la protagonista, ya que Ari Aster nos hace cómplices en todo momento de la iniciación de Dani (literalmente hay un personaje que rompe la cuarta pared mirándonos por unos segundos antes del suicidio ritual).
Dani se entera que Christian junto a sus amigos Josh (William Jackson Harper), Mark (Will Poulter) y Pelle (Vilhelm Blomgren) están planeando un viaje a Suecia, más precisamente a Härga, una pequeña comunidad de dónde es originario el último. La excusa es que Josh va a realizar su tesis de Antropología sobre las costumbres antiguas de pueblos europeos, sobre el Midsommar (festejo para recibir el verano). Para los demás es un escape, diversión.
Un poco culpable por no haberle dicho nada a su pareja, Christian termina invitando a Dani también al viaje.
Pero el viaje de Dani será completamente diferente al de los demás, y Aster como en su anterior film, parece indicar que el destino de la protagonista está determinado desde el comienzo.
Hay una regla en cine que dice que debe haber una escena de acción, un golpe de efecto a partir de los 20 minutos. En Midsommar vemos como a los 24 minutos del metraje, aproximadamente, los personajes van en auto y la cámara comienza a torcerse.
Es luego que pasan la señalización de que han entrado en Härga cuando el plano vuelve a ser normal. ¿Qué nos está indicando esto? Dani y los demás han llegado a un lugar donde las reglas del mundo en el que vivían son invertidas.
Todos en la comuna de Pelle son alegres, luminosos. El primer encuentro con Ingemar, hermano de Pelle, es a los gritos. ¿Cuál es la primera reacción de los extranjeros? Creer que por gritarse están enojados. Esa es la visión que tenemos del mundo ante un estímulo exterior: todo es negro, todo es oscuro, todo es negativo.
Allí encuentran dos extranjeros más, una pareja londinense amiga de Ingemar a punto de casarse.
Todos tendrán un viaje con hongos psicotrópicos, como bien manda el argumento de esta clase de films que no reniega del homenaje a un cine más «clase B» o de explotación: tenemos a la “Final Girl”, “el Odioso”, “El Gracioso”, “El Intelectual”.
Pero lo que hace Aster es jugar con estos estereotipos desechables aquí y en cualquier otro film del que bebe influencias Midsommar para contar otra historia. Son peones en un plan mayor.
No voy a hablar de los símbolos o la cultura que rige Härga y su gente (que bien planteados están mediante la investigación que el director y Henrik Svensson han realizado sobre las creencias pre-cristianas nórdicas), sino sobre lo que la película nos quiere contar y cómo lo hace.
El Midsommar en Härga tiene su punto cúlmine con el sacrificio de 9 personas: 4 lugareños, 4 extranjeros que llevan habitantes de la comuna y 1 que elige la Reina de Mayo.
El primer sacrificio que vemos es un suicidio ritual de dos personas que se arrojan desde una montaña. Dos personas que han llegado a la culminación de su vida (para ellos a los 72 años se termina la vida).
Lo hacen con felicidad, porque saben que dan su vida por una razón. La contraposición al suicidio de la familia de Dani es evidente, y es el primer golpe shockeante que sufre la protagonista para comenzar su preparación e integración.
Un gran punto a destacar es como en la comuna prevalece el espíritu de colmena al de individualidad: todos lloran o sufren cuando uno lo hace. No lo dejan solo, no lo aíslan como si se tratara de un enfermo.
También es destacable el nivel de desapego. Como nadie es posesión de nadie, los bebés son criados por todas las mujeres, no necesariamente la madre biológica. Todas son madres. El niño llorando de fondo en esa inmensa habitación comunal, sin que nadie vaya a calmarlo, es otra prueba de cómo funciona el desapego en Härga.
Conforme van pasando las 2 horas y media de metraje, Dani es integrada cada vez más a la comunidad (a su pesar) y Christian y sus amigos van siendo desechados o usados como la sangre nueva para aumentar la población de Härga.
Porque estos alegres hippies suecos adoran a la Madre Naturaleza y saben que no hay Dios, sino Diosa. En femenino. Por eso hay una Matriarca y no un Patriarca que comanda.
Finalmente Dani es coronada Reina de Mayo y debe dejar atrás su pasado y superar el duelo.
Midsommar nos muestra de forma simbólica como los anhelos y las cargas que llevaba la protagonista se purifican con el fuego final: la pareja londinense representaba el compromiso y matrimonio que nunca tendrá con su novio, las amistades tóxicas, la relación enfermiza con Christian (que, también no es casual que sea “CristianO” y estemos ante una comuna con creencias pre-cristianas), la muerte de su familia y la culpa, todo es superado en esa sonrisa final de Dani.
Sonrisa que contrasta simétricamente de forma perfecta con el plano inicial del film, donde la vemos en oscuridad y agobiada. En éste último fotograma su cara resplandece iluminada de forma saturada. Está finalmente EMPODERADA.
Midsommar habla de la superación del duelo, de desprenderse de una relación que no nos hace bien y no la queremos dejar por miedo a sentirnos solos. De empoderarse. También de volver a ser parte de una familia, encontrar en otros lo que en la propia sangre muchas veces no encontramos.
También habla de la desconexión que tenemos en estos tiempos de multi-pantallas en la que, paradójicamente, las Redes Sociales nos hacen menos sociales y en vez de acercarnos, nos alejan cada vez más.
Ari Aster vuelve a acertar en retratar un aspecto de la condición humana mediante el género. Mal que le pese a quien le pese, y genere la controversia que genere, estamos ante una obra de autor y ante un realizador que debemos mirar cada vez más de cerca.
Midsommar, si bien en mi opinión está un peldaño por debajo de Hereditary, es un film que requiere más de un visionado y que tiene múltiples lecturas. Solamente hay que desintoxicarse un poco de lo que el género nos ha dado de comer durante el último tiempo. Mayormente, comida chatarra. Recién ahí se puede apreciar un buen plato gourmet.