Cuando Ari Aster entregó el corte del director de Midsommar, el mismo duraba 171 minutos. Luego negociar con la distribuidora estadounidense A24, la versión para el estreno quedó en "apenas" 148 minutos y luego se habilitó que el Director's Cut comenzara a circular por festivales. Midsommar se sumó así a una creciente tendencia de películas de terror de larga duración que incluye títulos recientes como la segunda parte de It, de Andy Muschietti (169 minutos) y otro estreno de hoy como Doctor Sueño (151 minutos). Es que ese género que solía hacer (y en algunos casos todavía sigue haciendo) películas de 80 o 90 minutos ha ingresado en una faceta "autoral" con propuestas mucho más ambiciosas y audaces como la que Aster, que venía de filmar hace poco más de un año la consagratoria ópera prima El legado del diablo (Hereditary), es parte fundamental junto a otros exponentes como Jordan Peele ( ¡Huye!, Nosotros), Robert Eggers ( La Bruja, The Lighthouse), David Robert Mitchell ( Te sigue) y varios otros. Mas interesados en lo psicológico que en el impacto del susto efímero, en la construcción de climas antes que en el mero derroche de sangre, se han ganado el favor de la cinefilia más exigente, pero también el repudio de los "puristas" que reniegan de esta vertiente más intelectual y pretenciosa del terror contemporáneo.
Midsommar arranca en un tono más bien intimista con las desventuras de Dani ( Florence Pugh), una joven que atraviesa una profunda crisis tras una tragedia familiar. En medio de la angustia y el dolor, la atribulada protagonista terminará acompañando a su novio Christian (Jack Reynor) y a los amigos de éste, Josh (William Jackson Harper) y Mark (Will Poulter), a un viaje a una comuna neo-hippie en un remoto y bucólico paraje campestre de Suecia en la que creció uno de sus compañeros de estudio, Pelle (Vilhelm Blongren), quien oficiará de guía y anfitrión.
Lo que en principio parece una simple escapada veraniega en busca de sexo, drogas y distensión (aunque Josh también pretende conseguir allí material para su tesis de antropología) se transformará en algo muy distinto con sacrificios rituales y ceremonias que van de lo lúdico a lo tenebroso. El film encuentra alguna lejana conexión con Apóstol, película original de Netflix dirigida por Gareth Evans, aunque aquí Aster -un cineasta de un virtuosismo formal apabullante aunque también algo caprichoso a la hora de cierto regodeo visual- termina priorizando otros tonos.
Más allá de ciertas dosis de humor negro, fanatismo religioso, perversiones sexuales y explosiones gore, lo que al talentoso guionista y director realmente le interesa es construir un universo tan fascinante como macabro, con sus códigos, reglas y estética propia (lo diurno en lugar de lo nocturno, que suele dominar al terror), y del que seremos testigos privilegiados. El infierno de Aster está encantador.