Midsommar

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Esta ambiciosa pero problemática segunda película del director de “Hereditary” se centra en un grupo de jóvenes norteamericanos que viven rarísimas y peligrosas experiencias en su paso por una comuna sueca de extrañas costumbres ancestrales.

La expectativa que había despertado esta película a partir de la sorprendente HEREDITARY (aquí conocida con el genérico título de EL LEGADO DEL DIABLO) era muy alta, acaso demasiado. Un poco como sucede con el cine de Robert Eggers (LA BRUJA), las películas de Aster no se acomodan del todo dentro de los parámetros y las convenciones del cine de terror. Da la impresión viendo MIDSOMMAR –y también THE LIGHTHOUSE, de Eggers– que ambos directores intentaron usar el prestigio conseguido con sus primeras películas para salirse un poco de esas restrictivas normas. Curiosamente, le fue mejor al que más se arriesgó de los dos. Me refiero a Eggers, que hizo una película fuera de norma, directamente inclasificable. Aster, en tanto, da la impresión de haberse quedado a mitad de camino y entregar un film que, más allá de algunos momentos y secuencias, no termina nunca de cerrar. Es como una serie de ideas en busca de un centro.

Insistir con las convenciones del género de terror al hablar de estos cineastas no tiene sentido. Lo que lleva a pensar que el cine de Aster se maneja por esos carriles tiene que ver, tengo la impresión, con su interés por las sectas, las ceremonias y rituales paganos, los sacrificios y cierta iconografía que el cine de horror parece haberse apropiado. Pero MIDSOMMAR es más bien un drama que transcurre en medio de una curiosa secta sueca con algunas costumbres, digamos, repulsivas (“es cultural”, como dice uno de los protagonistas) y esperar otra cosa de ella es buscar lo que no van a encontrar. Sí, la película puede generar reacciones de asco y repulsión, de miedo y espanto, pero a lo que apunta es a otra cosa. O eso parece porque no queda muy en claro qué es lo que busca.

MIDSOMMAR tiene un comienzo fabuloso que bien podría ser un cortometraje separado y que se extiende hasta los títulos, que aparecen recién a los 12 minutos de empezado el relato. No sólo tiene otro tono y otra estética (urbana, oscura, desgarradora) sino que luego no tiene mucha conexión con el resto de la historia. Es una suerte de prólogo en el que se cuenta la tragedia familiar que le toca atravesar a Dani (Florence Pugh) y que la lleva a estar con un enorme grado de fragilidad psíquica y a intentar apoyarse mucho en su novio, Christian (Jack Reynor), que no parece demasiado dispuesto, más allá de lo formal, a ser el hombro en el que sostenerse emocionalmente.

Christian está más enganchado con el viaje que, con sus compañeros de la universidad, está por hacer a Suecia, acompañando a Pelle a las festividades veraniegas de su pueblo natal allí. El cuarteto lo completan Mark –más interesado en conocer chicas que en otra cosa– y Josh, que estudia antropología y quiere hacer su tesis sobre ese tipo de rituales y costumbres. Pero un poco por culpa tras la tragedia que vivió (primera extraña decisión del guion), Christian invita a Dani a ser parte del viaje, pese a que ninguno de sus amigos parece convencido de que sea una buena idea.

Al llegar allí, y pese a lo bucólico del lugar, la aparente calidez de la gente y el carácter de amable comuna hippie de los blanquísimos suecos que profesan esta suerte de ancestral religión llamada Hårga, se nota que fue una mala idea. No solo traer a Dani –cuya fragilidad emocional se verá fuertemente impactada tanto por los sucesos de los que es testigo como por la creciente distancia emocional con su pareja– sino que ninguno de los otros estaba realmente preparado para las costumbres, digamos, brutales de los locales. Salvo Pelle, claro…

Promediando la película los inocentes norteamericanos (y una pareja de ingleses que llega en similar plan con el hermano de Pelle) empiezan a notar que los blondos tienen unos hábitos no solo curiosos sino, para ellos (y nosotros), directamente espeluznantes, como el célebre “Attestupan”. Tienen rígidos ciclos de vida de cuatro etapas de 18 años que, haciendo números, llevan a que a los 72 hay que concluir con el asunto. Y ser testigos de esa ceremonia es, para estos turistas culturales, el principio del fin. Pero eso no es nada comparado a algunos otros hábitos que tienen los Hårga. Especialmente en lo que respecta a la reproducción de la especie.

MIDSOMMAR intenta ser una película acerca de la superación de una tragedia, de la recuperación emocional y, si se quiere, del empoderamiento de Dani. Y si el film mantiene alguna unidad que le permite sostener la atención del espectador a lo largo de sus tambaleantes 140 minutos es gracias a la actuación de Pugh, que hace milagros para dotar de complejidad a un mundo y a una serie de personajes delineados de manera demasiado básica. De hecho, salvo ella, el resto de los protagonistas podrían tranquilamente salir de la más convencional película de horror posible, ya que son definidos con un par de trazos gruesos. Uno podría hasta entenderlo en los secundarios como Mark y Josh –y hasta Pelle–, pero el propio Christian es tan evidentemente inútil que cuesta entender –aún con la necesidad de contención emocional que tiene Dani– que la chica lo tolere tanto tiempo.

La segunda mitad de la película acumulará, una tras otra, situaciones extrañas, bizarras y performáticas que, si bien pueden generar cierta tensión interna (Aster, sin dudas, tiene mucho talento para cuestiones de puesta en escena y para producir momentos de alto impacto audiovisual) no generan demasiado efecto acumulativo. Hay algo que se pierde por culpa de la lógica interna del guion y del comportamiento incomprensible de muchos personajes, que en un momento uno toma demasiada distancia de los hechos y los observa, ya no con la tensión que seguramente el director busca, sino como una suerte de curioso freak show para adultos perversos.

Ante la duda, el guion recurre a que los personajes consuman drogas alucinógenas que los llevan a vivir las ya de por sí extrañas situaciones de una manera directamente surrealista (en un punto todo el viaje a Suecia casi podría funcionar mejor como una pesadilla de Dani post-tragedia familiar) o bien a escenas de escabrosa violencia y extraña sexualidad que están varias veces a punto de generar risas involuntarias. En especial las que tienen como protagonista a Reynor, un actor que no solo es muy parecido a Seth Rogen sino que hasta tiene algunos gestos muy similares. Cada vez que Reynor mira con cara de sorpresa alguna cosa rara que sucede frente a sus ojos (o de la que le toca ser parte), uno no puede evitar pensar que estamos ante alguna parodia de una película de folk-horror de los ’70, tipo THE WICKER MAN.

Aster quiso combinar un drama, si se quiere, bergmaniano, con un film de suspenso acerca de un extraño culto milenario. Es cierto, se puede decir que HEREDITARY también era eso, incluyendo la inicial y sorpresiva tragedia. Pero lo que allí funcionaba mejor era la conexión dramática entre esas dos partes. En MIDSOMMAR, que de todos modos es un film de una ambición valiosa en estos tiempos de tanto cine de fórmula, esa potencia está desparramada y tiende a desaparecer, perdida entre las extrañas set pieces que Aster propone, o en los trajes blancos, los arreglos florales, las “pinturas bizarras” y los rostros deformados de este bad trip que es esta irregular y fallida película de horror diurno.

P.D. Circula online el corte del director de MIDSOMMAR, que dura unos 20 minutos más que la original y que se estrenó en Estados Unidos un mes después. Curiosamente, pese a ser más larga, funciona un poco mejor ya que los saltos entre las escenas son menos caprichosos, los personajes están un poco mejor desarrollados y sus actitudes un tanto más comprensibles. No alcanza a transformarla en otra película (de hecho, la escena más larga que fue cortada es otra bizarreada sin sentido), pero la vuelve más coherente.