Una película de terror que va a contrapelo de las producciones del género con la dirección de Ari Asster, el mismo realizador de La herencia del diablo. Su segundo trabajo, Midsommar: El terror no espera a la noche, es una propuesta inusual, perturbadora y extensa que juega con el terror diurno y, una vez más, introduce al espectador en el mundo de las sectas donde el horror humano abarca a todos los personajes.
Aster recurre al culto a lo desconocido, como en su primera película, cambia los códigos establecidos del género de terror y moviliza con un estilo particular. Seguramente habrá admiradores y detractores de este realizador que muestra a un grupo de jóvenes norteamericanos que se van de vacaciones a una comunidad rural en Suecia donde se practican ritos ancestrales.
En los primeros minutos vemos a Dani -Florence Pugh-, una estudiante de psicología, que entra en un terreno de incertidumbre cuando su hermana no contesta sus llamados para descubrir luego que ésta y sus padres han muerto. Entre la confusión, el miedo y la soledad, Dani se apoya constantemente en Christian Hughes -Jack Reynor-, su novio que comienza a cansarse de esa situación y se muestra distante de ella. Más tarde, Dani se entera que él tiene arreglado un viaje a Suecia con sus amigos Josh -William Jackson Harper-, Mark -Will Poulter- y Pelle -Vilhelm Blomgren- y decide sumarse a la travesía a pesar de contar con la disconformidad del grupo.
El mundo de Dani cambiará cuando ingrese con ellos a la comunidad Harga, que parece estar perdida en el tiempo, entre extrañas prácticas rituales -los mayores de 72 años se deben arrojar desde un barranco-, túnicas, brebajes alucinógenos y sacrificios. No todo es color de rosa como se ve al principio y la percepción de la realidad cambia a medida que pasan los minutos.
Todo este proceso está plasmado entre escenas multicolores, danzas, rituales de comida y la elección de una Reina que tiene a Dani como epicentro de un campo de refugiados del que no puede escapar. El filme acumula desapariciones pero todo parece transcurrir con una normalidad aparente según las reglas de la comunidad. Todo es narrado a través de situaciones exasperantes con la intención del director de sumergirnos en ese mundo desconocido, reiterativo y atemorizante.
El espectador encontrará un viaje pesadillesco, construído de manera onírica y repleto de simbolismos que pueden agotar la paciencia pero que en su conjunto cobran sentido y una dimensión macabra. El amor, el desamor y el desamparo aparecen en contraposición con la Dani convertida en el centro de atención del clan. No se trata de una película genial como tantos afirman pero no se le puede negar su original tratamiento y el impacto que causan algunas escenas.