Finalmente, y luego de un notable retraso, llega a las salas del país uno de los filmes de terror norteamericanos que más ha generado revuelo este último año. Se trata de la reciente propuesta de Ari Aster, este incipiente director cuya opera prima, la polémica Hereditary (2018), alcanzó para que mucha de la crítica especializada lo catalogara como la nueva promesa del cine del género, al igual que sucedió con su colega Jordan Peele(Get Out; Us). Mientras que Hereditary tomaba como excusa los elementos satánicos para ahondar en el peso de los legados familiares, aquellos de los que no podemos escapar, en Midsommarel director se sirve del perturbador microcosmos de una secta pagana para jugar con las expectativas del espectador y narrar el tormentoso e inevitable final de una relación.
La historia sigue a un grupo de cuatro amigos universitarios que deciden viajar de vacaciones al norte de Suecia. Pero lejos de interesarse por visitar las típicas atracciones que ofrece el país escandinavo, el grupo ha decidido internarse dos semanas en una comunidad cerrada que se prepara para festejar lo que ellos han dado en llamar como Midsommar, una celebración del solsticio de verano que transcurre una vez cada 90años. Comandados por Pelle (Vilhelm Blomgren), un joven que ha crecido junto a su familia en aquella comuna pseudohippie, tanto Christian (Jack Reynor) como Josh (William Jackson Harper) creen que aquel sitio puede ser perfecto para confeccionar su tesis antropológica. El vulnerable estado emocional de Dani (Florence Pugh), la novia de Christian que acaba de perder a sus padres en un trágico evento, lleva a que el joven resuelva casi con resignación invitarla a sus vacaciones con ellos. Una vez insertos en la comunidad, los efectos de las diversas sustancias alucinógenas comienzan a hacer mella en la psiquis de Dani y la sucesión de unos extraños y macabros ritos hacen sospechar que allí no todo es tan armonioso como parece.
Los idílicos paisajes montañosos, acompañados de una gran puesta en escena y una cuidada fotografía, rivalizan con el horror latente de esta secta donde las propias pinturas y runas antiguas avecinan un desenlace perturbador para todos aquellos que osen violar las reglas. Detrás de las danzas hipnóticas, las flores, las sonrisas intactas y los vestidos blancos que inspiran pureza y homogenizan a este colectivo bajo una única identidad, la persuasión coercitiva que impregna las sectas se hace visible de manera brutal. Porque en este paraíso rural donde el sol nunca se pone también hay oscuridad y no precisamente aquella que proviene de otros mundos posibles, sino del propio ser humano. Aquí el terror existe y se revela a plena luz.
Al igual que en su anterior película, Ari Aster deja claro que es un excelente creador de climas. Los típicos jump scares, la utilización de música estridente y otros recursos baratos aquí no tienen cabida, ya que el director suele apoyarse en la simbología a la hora de generar terror y suspenso. Entre los aciertos que presenta esta nueva obra, es imposible no destacar la impecable dirección y el empleo de la cámara: por momentos Aster juega a ser Kubrick y Anderson con aquellos planos simétricos y repletos de vívidos colores, en otros, los planos fijos resultan tan intensos y duraderos que nos transporta al cine de terror de otra época.
Una vez acabado el film, puede que uno sienta que el cineasta ha desaprovechado su majestuosa dirección y manejo de la tensión con un guion que definitivamente podría haber sido mucho más sustancial que lo que terminó proyectándose. Más allá de esto, podemos decir que Midsommar es un buen ejercicio cinematográfico, correcto en su ejecución y diseño de producción y sobre todo, una película necesaria ante tanto producto de terror hollywoodense prefabricado. Como siempre, será más disfrutable en la medida en que el espectador no se deje influenciar por el hype de las redes sociales y vaya a verla con las expectativas controladas. Una bocanada de aire fresco nunca viene mal.