Los largometrajes de Ari Aster han generado juicios controvertibles en muchos espacios de dialogo sobre cine. Nadie pone en duda sus destrezas con respecto a su puesta de cámaras, pero no se puede decir lo mismo de su puesta en escena; la progresión narrativa de planos y el modo en el que cuenta sus historias, las mismas que son sometidas a la duda constantemente.
El ejemplo absoluto es Hereditary, su debut cinematográfico en dirección. Difícilmente se cuestiona el preciosismo en la composición de imágenes y su forma de elaborar situaciones dramáticas en momentos cotidianos inesperados, al desglosar los estadios actorales de ciertos personajes en particular. Ahora, con los aspectos descriptivos, el “de qué trata la película”, se entra al territorio más polémico de la obra, justamente porque se reserva la explicitación de la trama para sus últimos minutos.