Hablando mal y pronto, Ari Aster me voló la peluca con su terrorífico debut Hereditary. Fue una de las pocas películas cargadas con expectativa desde su estreno en el festival de Sundance que cumplió lo que prometía, una pesadilla que sobrevolaba encima de una familia en pleno dolor por la pérdida de su matriarca. Y bueno, más cosas les pasan que no conviene adelantar, para aquel que no la vio. Una vez llegada a las salas de cine la productora A24 ya estaba más que satisfecha, con lo cual le dio luz verde al siguiente proyecto del joven debutante, que apenas un año después ve tiene su espeluznante estreno bajo el título Midsommar. Quizás esperaba algo más en sintonía con el horror que Toni Collette y compañía alcanzaron con Hereditary, pero me complace decir que su segundo largometraje es una pesadilla diametralmente opuesta que, una vez finalizada, cumple la misma función que su predecesora: perturbar y desconcertar, tanto física como psicológicamente.