Midsommar

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Pesadilla diurna.

Con su ópera prima El legado del Diablo, Ari Aster creaba una excelente pieza de horror asentada en el drama, con un agobiante y claustrofóbico uso de los espacios del hogar familiar. Siendo Midsommar su segundo trabajo en la dirección, en él revisita ciertos condimentos pero con un cambio de género y locación, dándole otros matices a la historia. El terror abandona el drama, al menos en parte, y se complementa con un género opuesto: la comedia. De esta manera, con un logrado balance entre el humor y la incomodidad, el segundo film de Aster lleva su particular visión de autor a terrenos inexplorados —en este caso, dentro de la geografía de una campiña en Suecia.

El director vuelve a centrarse en la brujería y los ritos, en este caso para que el clima de extrañeza y peligro dialogue sobre algo mucho más terrenal: las relaciones tóxicas. Es a través de los personajes de Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) que ambos elementos temáticos entran en juego para dar forma a la inquietante visión y descripción del terror diurno que vivirá la pareja, junto a los amigos con los que emprendieron viaje.

Pero la pesadilla en la relación comienza mucho antes de llegar a las festividades del solsticio sueco. Dani es una chica que no encuentra consuelo en su pareja cuando más lo necesita al vivir preocupada por su hermana con problemas de bipolaridad, más aún cuando la misma se suicida llevándose consigo la vida de sus padres. En el polo opuesto de la relación se encuentra Christian, quien no se atreve a dar el paso de terminar la relación y que está más interesado en el futuro viaje y en pasarla bien con su grupo de tres amigos. Pelle (Vilhelm Blomgren), el encargado de conducirlos a la extraña comunidad en la que vive su familia, Josh (William Jackson Harper) quien emprende el viaje con la meta de investigar para su tesis sociológica, y por último Mark (Will Poulter), quien va al lugar con fines recreativos como drogarse y tener sexo, lo que lo vuelve el personaje con mayor desarrollo cómico.

Es el trauma sufrido por Dani y la culpa de Christian de no estar allí para ella, lo que hace que él la termine invitando a sumarse a su viaje a Suecia. Es allí cuando el relato, previamente teñido de oscuridad, se abre paso a los campos abiertos y soleados, donde lo oscuro se halla presente en forma de amabilidad y extrañas costumbres europeas ante la mirada curiosa de los turistas extranjeros. Acompañado de una admirable e inquietante puesta en escena, el director logra que los rituales y costumbres de la comunidad sostengan en un mismo plano un aura de extrañeza que convive con el factor humorístico nacido de su relación con los personajes. Así, la oscuridad se halla presente en cada espectro de tonalidades, tanto en la colorida paleta que describe al verano sueco como en los arreglos florales que abundan en su entorno, elemento que es bello a la vista e intrigante en contextos que perturban poco a poco el ambiente.

El film se compone de diversas situaciones o personajes que muchas veces parecieran no tener demasiada relevancia. No obstante, es la manera por la cual el director nos hace ingresar a ese nuevo mundo y descubrir cada aspecto de las costumbres y su iconografía, lo que transforma al total de la obra en lo que podría describirse como toda una experiencia —sensorial, cómica, atemorizante, un deleite estético que resulta imponente y extraño al ser recorrido.

El primer encuadre con el que el film se presenta es un mural pintado a mano que narra las festividades que se celebran durante los 9 días del solsticio de verano, algo que solo ocurre cada 90 años. El nivel de detalle y la síntesis narrativa con la que se logra expresar lo que el espectador se encontrará en su experiencia de viaje, es una invitación y un aviso: la promesa de una experiencia única con la que el autor cumple de forma intensa.

Midsommar encuentra sus paralelismos con el clásico El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973), otro film acerca de una comunidad un tanto particular. Con una mayor búsqueda de refinamiento estético y una irónica mirada a los tóxicos apegos emocionales, el film de Aster aplica una mirada retorcida que expone como elemento de maldad más a la relación de los protagonistas que a los inquietantes rituales suecos. Esto se debe a que si bien algunos de ellos son excesivamente cruentos, otros de ellos expresan un goce y sabiduría que difícilmente algunos personajes, o espectadores, puedan aceptar o entender.

La tragedia familiar de Dani es el comienzo del proceso de transformación que le brinda un mayor entendimiento y sanación por medio de lo trágico, de lo visceral, y de igual manera será el proceso de ruptura de los lazos negativos en su vida. El crecimiento y cambio de actitud de Dani se verá reflejado en muchos de los pasos ritualísticos que conforman las festividades. La composición de los planos y la puesta en escena que describen dichos momentos son de tal fuerza estética y sensorial que encuentran una reacción tanto en la protagonista como en aquel que se entregue a la experiencia frente a la pantalla.

Al contrario que en su film anterior, Ari Aster busca en su nuevo largometraje una calma y una mejoría para la vida de su protagonista, lo que no hace que los métodos para alcanzarlo sean menos enfermizos. De allí también la búsqueda de hacer cohabitar en un mismo espacio al horror con la comedia, no solo porque el perturbador humor genera una sensación de incomodidad en la risa del público, sino también porque es un claro elemento de liberación, utilizado por el director como medio de expresión, como elemento inesperado de transición constante entre la tranquilidad, el temor, y todos los estados intermedios que nos transforman a nosotros, el público, en turistas vulnerables de lo impredecible.