El Lollapalooza del horror
Realmente hay que replantearse el laberinto de oscuridad traumático que se esconde en la mente del visionario Ari Aster. En tan solo dos películas nos ha deleitado con universos perturbadores plagados de locura, ritual y satanismo, complejos psicológicos y traumas familiares. En este caso con Midsommar, nos lleva a una travesía inquietante hacia Suecia, para introducirnos en una aldea que aparenta normalidad, pero termina siendo una creepy y rara comunidad que esconde un festín de atrocidades y anomalías… y no podíamos esperar otra cosa de Aster.
Midsommar debe ser gozada en el cine, sin lugar a dudas, no tiene desperdicio alguno la construcción audiovisual y el firme desarrollo de la historia, que si bien amaga a tomar diferentes rumbos, siempre mantiene ese estilo escalofriante e intrigante sobre lo que acontecerá en esa particular aldea sueca.
Algo inusual, es el transcurso de la acción dramática durante el día, a pleno sol con una luminancia significativa, no hay un presencia de claro oscuros equilibrados, el director de fotografía se arroja más a un blanco predominante, sin embargo esto no afecta las cuotas de horror desopilantes que se van desarrollando sin cesar, en un montaje con un ritmo pasivo sin desmadrarse nunca, dándole una tonalidad teatral y poética al entorno que se presenta en la película.
Hay pinceladas que podríamos tomar como referenciales al mejor cine de Kubrick, en escenas de sexo al estilo de Ojos bien cerrados y en secuencias de horror; y hay a una recurrencia a un gore de “carnicería” necesario que contrasta con ese lugar tan bello donde transcurre la acción.
El casting es impecable, rescatando principalmente a la protagonista Dani, interpretada por Florence Pugh. La actriz logra representar todos los estados de ánimos referentes a la pérdida, depresión e histeria, una composición que roza la perfección, y aquí el director logra que pese a la locura que conlleva, empaticemos con ella, y nos opongamos a ciertas actitudes machistas e insensibles de parte de su novio y grupo de amigos.
La composición de encuadres es prolija y obsesiva por parte del director, simbolismos por doquier y transiciones de primer nivel, con un sello de autor claro al igual que en Hereditary, maneja una narrativa muy pausada, tal vez demasiada pretenciosa para algunos pero reconfortante en cuanto a edición y conexión de imágenes.
Más allá de la fuerza clara de autoría de Aster, podríamos decir que Hereditary y Midsommar pertenecen a un subgénero del terror, similar a lo visto en La bruja (The Witch) de Robert Eggers, o Viene de noche (It Comes at Night) de Trey Edward Shults, un terror que no recae en jump scares, sino que busca aterrar con una sólida construcción de la historia, acompañada de atmósferas tenebrosas, recalcando simbolismos, metáforas, conflictos internos, sustos psicológicos y traumas, con un sello distintivo de cada director respecto a la estética y narrativa tratada de todos elementos técnicos que componen una producción cinematográfica.
*Review de Gonzalo Schiffer