Fiel a su espíritu épico, grandilocuente, apabullante, el alemán Roland Emmerich reconstruyó a gran escala (con un presupuesto de 100 millones de dólares que le permitió un portentoso despliegue de efectos visuales para coreografías aéreas y navales) la batalla de Midway ocurrida en junio de 1942 y considerada un punto de inflexión en la evolución de la Segunda Guerra Mundial.
En ese sentido, puede afirmarse sin reservas que la nueva película del director de Día de la Independencia, Godzilla, El patriota, El día después de mañana y 2012 cumple con creces con las expectativas de aquellos que quieren ver espectaculares escenas bélicas. El problema surge, precisamente, entre enfrentamiento y enfrentamiento. El engranaje dramático, los pasajes “intimistas”, los momentos en que se deciden las estrategias militares, los diálogos con apelaciones heroicas, las actuaciones sin sutilezas (el elenco es notable, pero cada una de las figuras parece estar puesta en la trama como una fichas sobre el tablero del T.E.G.).
De estructura coral, Midway pendula entre el punto de vista del bando estadounidense y el de los japoneses (con mucho más espacio para los primeros, claro) y, dentro de una narración que incluye a decenas de personajes con grandes intérpretes en pequeñas participaciones, tiene como protagonistas a Dick Best (Ed Skrein), el mejor piloto de la armada y líder de un escuadrón capaz de concretar las mayores hazañas en medio del fuego enemigo. Los otros personaje con cierto (no mucho) desarrollo son el también piloto Wade McClusky (Luke Evans), el oficial de inteligencia Edwin Layton (Patrick Wilson) y el líder en estrategia militar Chester Nimitz (Woody Harrelson).
El resto es puro espectáculo de batallas por los aires y las aguas del Pacífico (imponentes los ataques a los portaaviones japoneses). Tras la humillación de Pearl Harbor, llegará la revancha de Midway con una exitosa resolución en la que (esto es Hollywood) hay tanto de estrategia militar como de intuición y azar. Lo dicho: si el espectador pretende un film serio y profundo como los que han propuesto directores como Steven Spielberg, Terrence Malick, Clint Eastwood o Kathryn Bigelow, Emmerich no es precisamente un continuador de esa tradición (aunque se permite un simpático homenaje a John Ford). El suyo es un cine clase B, pirotécnico y superficial, para consumir con un balde de pochoclos y sin demasiadas exigencias.