El título del filme hace referencia a la batalla naval que luego de producida, victoria yankee de por medio, cambio el curso de la guerra.
Pero arranca antes. Año 1942, plena Segunda Guerra Mundial. Luego del destructor ataque japonés que destruyó Pearl Harbor la armada nipona tiene intenciones de invadir.
Anticipándose a estos hechos, el Almirante Nimitz (Woody Harrelson), con la intención de mantener alejado el espacio del combate, decide un contraataque que en el filme hasta puede leerse o sentirse como acto de venganza.
Todo lo anterior podría entenderse como una especie de sinopsis, pero en realidad estamos frente a una realización cuya preponderancia se establece en las escenas de guerra, batallas aéreas, navales, mucho ruido y pocas nueces.
Todo aquello que debería sostener el relato entre bombas y metralla, o sea el guión, es de un nivel paupérrimo, los personajes principales son reales, la relación establecida entre ellos y los diálogos que deberían jugar a favor de su avance dramático nunca funcionan.
Por lo cual todo el filme queda reducido a espejitos de colores, con mucho de efectos especiales, no siempre en el nivel que la tecnología actual lo permitiría, y en muchos pasajes se siente como falsa la imagen.
El director alemán Roland Emmerich, el mismo de “Día de la Independencia” (1996) o “Godzilla” (1998), entre muchas otras producciones descartables, algunas por lo menos algo entretenidas, no logra en esta producción siquiera ese efecto. Ya sea por culpa de su extensión, dura 138 minutos, (le sobra media hora, mínimo), o endilgarle la responsabilidad del guión literario que no sirve para sostener el relato entre escenas de guerra, aburre.
Ni siquiera el reparto de buenos actores puede ayudar en esto, y no es que no haya realizado el esfuerzo, salen airosos en lo que de ellos depende, pero no alcanza. La ausencia casi aterradora de desarrollo de los personajes hace que las actuaciones no puedan influir en los espectadores para sostener el interés.
Ante una historia conocida, en que la previsibilidad no existiría, el texto fílmico como tal debería generar desde sí mismo un cierto interés. La idea de implementar algo de suspenso en situaciones de pura acción termina sintiéndose más ridículas que otra cosa, como ejemplo un torpedo que pasa a milímetros de un barco enemigo. (No vi a nadie “comiéndose” las uñas en esta, ni en ninguna otra escena similar).
Eso sí, se toma su tiempo para presentarnos a Dick Best (Ed Skrein), el mejor piloto de la armada estadounidense, todo un Rambo de la Fuerza aérea, o su contrapartida Isoroku Yamamoto (Etsushi Toyokawa). el almirante nipón, (quien por suerte no está caricaturizado como el maldito japonés), también se suma a esta larga lista de actores desperdiciados Luke Evans, Dennis Quaid, Aaron Eckart o Mandy Moore como Ann Best, la esposa de nuestro héroe, que sino estuviese no se notaría.
Algunas buenas imágenes, en un envase sin contenido, casi, casi otro fallido producto surgido del patrioterismo, o sea el patriotismo mal entendido yankee, aunque además, y sólo en el final, intente, sin lógralo, funcionar como homenaje a esos seres humanos de la vida real inmersos en el conflicto.