El cine será un espectáculo de masas o no será nada. Esta parece ser la máxima del alemán Roland Emmerich en cada una de sus películas. El director de tanques como Día de la Independencia, Godzilla y El día después de mañana ya puede ser considerado uno de los grandes autores de Hollywood, sobre todo porque un plano suyo se distingue de acá a la China. Pero es un autor de los que prefieren crear divertimentos que apunten al corazón de la popular antes que a ganarse las cinco estrellitas de la crítica especializada.
Midway: Ataque en altamar, su nuevo título de alto voltaje presupuestario, recrea la batalla que marcó el destino de la Segunda Guerra Mundial. Después de los bombardeos de Japón a Pearl Harbor, Estados Unidos decide realizar un contraataque aéreo y naval en la zona de Midway, un plan táctico y estratégico ejecutado con mucha valentía, heroicidad y, por supuesto, sed de venganza.
Japón despierta a un gigante dormido y Emmerich lo filma con muchos efectos especiales, pulso catastrofista y personajes que se la juegan a morir por su patria. El filme es, antes que nada, un entretenimiento con los elementos habituales del género bélico, manejados con la soltura y el conocimiento de alguien que ama los artefactos estruendosos con escenas de acción a quemarropa.
El héroe principal es Dick Best (Ed Skrein), el piloto que encabeza la osadía en el Pacífico. Su convicción y su personalidad, más su talento para pilotear aviones lanzatorpedos harán la diferencia e inclinarán la balanza para el lado norteamericano. A Dick lo acompañan otros pilotos igual de valientes que él y el oficial de inteligencia Edwin Layton, interpretado por el siempre efectivo Patrick Wilson.
También están el aguerrido Jimmy Doolittle (Aaron Eckhart) y los comandantes Chester Nimitz (Woody Harrelson) y William “Bull” Halsey (Dennis Quaid). Además hay un simpático homenaje al maestro John Ford, que funciona como un regocijo para los más cinéfilos.
Si bien exuda patriotismo maniqueo y despilfarra efectos visuales a dos manos, Midway: Ataque en altamar logra transmitir el sentimiento de sus personajes y el drama de la guerra, que sumados a la potencia explosiva de algunos tramos hacen que la película se disfrute tanto como el balde de pochoclo con el que hay que acompañarla.
Lo bueno es que las escenas de los ataques a los portaaviones son un prodigio de la acción cinematográfica. Lo malo es que los pocos desarrollados personajes femeninos dejan a las mujeres como algo decorativo, salvo por el personaje de Mandy Moore, esposa de Dick, a quien se muestra como una mujer con personalidad y capacidad de influencia.
Aunque la película también asume el punto de vista del bando nipón, siempre es para mostrarlos como enemigos antipáticos y orgullosos. Lo que le importa a Emmerich es resaltar el patriotismo yanqui en una batalla que marcó un hito en la historia del siglo 20 y entregar un espectáculo con pocas sutilezas y mucha adrenalina, que entretenga y emocione al espectador desprejuiciado.