De Roland Emmerich ya conocemos su proverbial gusto por la grandilocuencia sin pudores y la espectacularidad visual, sobre todo en su abordaje de inverosímiles relatos de ciencia ficción y catástrofes que están a punto de destruir el planeta. Pero en algunas de sus últimas películas ( Anónimo, Stonewall) abordó historias más pequeñas y búsquedas de explicaciones a escala humana sobre hechos históricos. Este nuevo acercamiento a uno de los hechos más importantes de la Segunda Guerra Mundial para Estados Unidos trata de congeniar ambos enfoques.
Cuarenta y tres años después de La batalla de Midway (1976), todo un clásico del cine bélico, Emmerich vuelve a los mismos hechos ocurridos en el frente del Pacífico luego del ataque a Pearl Harbor para recrear la batalla feroz entre estadounidenses y japoneses desde una mirada que busca comprender las motivaciones y las conductas de ambos contendientes.
Lo hace sin engañar a nadie. Con su tradicional trazo grueso, sin la mínima sutileza, pero con la suficiente honestidad como para que entendamos sin vueltas hacia dónde va cada personaje y cuál es su lugar en la historia. Es tan sencilla esta búsqueda que no se preocupa cuando alguno de los personajes de este relato coral (como el de Aaron Eckhart) se pierde en el camino. El gran atractivo de la película pasa por las batallas aéreas, fortalecidas por excelentes efectos digitales.