Cuidado con el portero de noche
César (el gran Luis Tosar), protagonista de este thriller psicológico, tiene doble vida. Durante el día, es el afable portero de un edificio catalán. Por las noches, un psicópata que pasa las horas debajo de la cama de una vecina (Clara; Marta Etura) tras haber entrado a su departamento sigilosamente. Dos problemas para ella: es bonita y es feliz, lo que provoca deseo y odio en César, un tipo -¿hay que aclarlo?- oscuro, frustrado y retorcido.
Desde el comienzo, Jaume Balagueró ( REC ) nos entrega el punto de vista del encargado. Sabemos que percibe a su contravida como un vacío. Vacío al que parece dispuesto a tirarse desde la terraza del edificio. Lo frena el placer del tiempo junto a Clara, que quizás no puede verlo porque el tipo no representa nada para ella: alguien que le hace un comentario al entrar o salir, un hombre invisible, nadie. Así, entre la obsesión de él y la indolente ceguera de ella, transcurre esta convivencia nocturna -por decisión unilateral-, al borde de lo inverosímil.
Balagueró sabe generar tensión, pero no intenta ser original. En su receta hay ingredientes de Hitchcock (en especial, el de Psicosis ) y del antiguo Polanski (el de Repulsión y El inquilino ). Sazonados con una secuencia cruel y morosamente sangrienta, que nos recuerda a los hermanos Coen.
La construcción de los personajes principales funciona en base a un juego de antinomias. El rencor de él parece incluir un odio de clase que la vida burguesa de ella exacerba. Los personajes secundarios son mucho más endebles, absurdos. Como una nena fisgona que extorsiona a César y le pide ¡videos porno!, y un argentino insoportable (lo que, hay que admitirlo, no es tan absurdo).
Las torturas de César, las atrocidades que irá haciendo, no mitigarán el optimismo de Clara (hay que admitir que los optimistas intransigentes irritan). La historia se transformará en una especie de tragedia griega con matices humorísticos. Un sello de Balagueró, que nos mantiene en vilo en el cine y nos hace pensar, al volver, por qué habremos entregado -aun sin ser bellos ni optimistas- la copia de nuestras llaves.