Miguel Abuelo no podía quedarse quieto: a fines de los sesentas fueron otras las figuras que determinaron la dirección del rock nacional, pero si él se distinguió fue porque su cabeza estuvo siempre en varios lugares al mismo tiempo. Sus influencias e inquietudes artísticas abarcaron estilos múltiples (y a veces en conflicto entre sí mismos) para los estereotipos de cada época, y varios de sus proyectos se cayeron con la misma velocidad y energía con la que se habían construido, después de alcanzar una forma más o menos definida: ante cada una de las grandes diferencias creativas con las que debió lidiar, siempre eligió la implosión sobre la convivencia armoniosa.
El documental comienza después de la primera de esas rupturas de Abuelo (con Pappo, que quiso llevar por su propia senda a la primera formación de Los Abuelos de la Nada), cuando parte hacia Europa empujado por el clima represivo del onganiato, y escapando de su adicción a las drogas. Después de temporadas erráticas y de cambios drásticos en su vida (incluyendo su casamiento con Krisha Bogdan y el nacimiento de su hijo, Gato Azul Peralta), el encuentro con el productor Moshe Naïm lo depositó de repente en un nuevo proyecto, formado junto a músicos de procedencias muy diversas y que dejó como saldo un disco singular y fascinante, que capturó el cncuentro entre el hervidero cultural de París a principios de los setentas, el movimiento creativo perpetuo de Abuelo (que llevó al disco a su costado más experimental) y las influencias que traía el guitarrista Daniel Sbarra (que trajo al disco de vuelta a la tierra, a fuerza de distorsión y solos afilados).
Ese disco es tan raro como huella de la evolución del rock argentino en su mestizaje con la escena europea (y como punto de transición en la obra del mismo Abuelo) que cuesta entender la pereza formal del documental, recorriendo todos estos aspectos de una manera muy superficial y monótona: el elenco elegido para los testimonios es variado y completo (están los músicos de aquella banda, los artistas que acompañaron a Abuelo durante la época, el biógrafo Juanjo Carmona, el periodista Alfredo Rosso y el mismo Naïm en un material de archivo), pero el montaje -y tal vez las mismas entrevistas- redujeron muchos de los diálogos a lo anecdótico o estrictamente relacionado con el álbum, y la película nunca intenta trazar una línea que exceda a aquellos años para explicar cómo esta etapa gravitó en la vida de Abuelo, en su desarrollo artístico y en los caminos que tomó la música joven en nuestro país. Para durar 60 minutos, además, se recuesta demasiado en los tramos en los que se escuchan extractos de cada canción del disco, acompañados de planos pocos logrados de un joven googleando sobre la banda y atravesando los efectos psicodélicos de la música, paisajes alterados con un efecto primitivo de rayas de fílmico, algunas animaciones de pretendido efecto onírico o un desfile de las pocas imágenes de archivo que se rescataron. El resultado es bastante irónico porque justamente adolece del espíritu inquieto de Abuelo, pero además ofrece una interpretación involuntaria desde su título: siendo una obra de investigación (y más allá del esfuerzo notorio en los testimonios que consigue), el gesto más noble habría sido venderse como un documental, y no como el documental sobre Miguel Abuelo et Nada. Especialmente porque deja mucho trabajo por hacer.