Una mujer, su amor y su lucha
Mika, mi guerra de España es un hermoso documental que coquetea con formas narrativas que escapan a las convenciones más comunes del género. Lo hace utilizando las propias palabras de Micaela Feldman, publicadas en su libro autobiográfico, que será prontamente editado en la Argentina, donde esta mujer argentina, nacida a principios del siglo pasado, cuenta su apasionante historia, plagada de lucha militante durante diversas etapas de gran importancia histórica en todo el mundo.
La vida de Mika, como le decían, puede ser vista como la vida de muchos. Es una historia dura, donde establece una mirada muy visceral, bien desde el llano, desde el lugar de los luchadores que casi siempre quedan en el anonimato. En su juventud, mientras estudiaba odontología, conoció a Hipólito Etchebéhère, con quien formó pareja, militando ambos por la Reforma Universitaria. Luego se mudaron a la Patagonia, afectados en su profunda sensibilidad por los sucesos de la Semana Trágica. Cuando percibieron que el frente de su lucha estaba en otros lugares, se mudaron a Alemania, para colaborar con las organizaciones obreras. Pero se encontraron con el ascenso imparable del nazismo, sufriendo a la vez la desilusión por la chance desperdiciada de una realización virtuosa del socialismo, a partir de la falta de intervención de la Unión Soviética. Finalmente decidieron unirse al bando de los republicanos en la Guerra Civil Española. Hipólito falleció en combate, con lo que Mika quedó al frente de una columna integrada por 150 hombres. Fue detenida y luego liberada. Después de la derrota republicana, se estableció en París, donde escribió sus memorias, hasta que falleció en 1992, a los noventa años.
El film de Fito Pochat y Javier Olivera utiliza no sólo el material literario -potenciado por la magnífica voz de Cristina Benegas, quien desde el espacio en off crea un personaje de maravillosa complejidad-, sino también fragmentos de dos entrevistas a la propia Mika, el testimonio de Arnold Etchbéhère -sobrino de la pareja, quien realiza un viaje siguiendo el itinerario de los protagonistas- y una rica variedad de material de archivo.
El resultado es un relato fragmentario y fluido a la vez, que usa los documentos visuales, textuales y sonoros para ir construyendo una ficción propia, una interpretación/adaptación propia de los hechos, donde el discurso político, ideológico, se va hilvanando a través de una historia romántica como pocas. Es que Mika, mi guerra de España es básicamente una gran película de amor: por la ideas, por el prójimo, por los débiles y oprimidos, por lo que parecía imposible pero se creía posible y, esencialmente, en lo físico y espiritual, por el hombre que se tiene al lado, por el compañero de toda la vida, al que se ama desde el primer momento. Como pocas veces en el cine, una mujer, una luchadora, pudo decir en voz alta cuánto amaba a un hombre. Ese dulce feminismo, que sale de la pura femineidad, tan sutil como potente, coloca a Mika, mi guerra de España en un lugar de privilegio. Es cine militante esperanzado y esperanzador como pocos.