Atrapada en un dilema moral
Erik Poppe (Noruega, 1960) se ha desempeñado como reportero de guerra antes de dedicarse al cine. Precisamente su cuarto largometraje, “Mil veces buenas noches”, está dedicado al oficio que él conoce y a partir de su propia experiencia personal, escribió el guión junto a Harald Rosenløw Eeg, en el cual narra la historia de Rebecca (Juliette Binoche), una fotógrafa especialista en escenarios de conflicto.
Se trata de una coproducción entre Irlanda, Noruega y Suecia. En la ficción, Rebecca es una irlandesa que está considerada una de las mejores fotógrafas del mundo. Se interesa especialmente en las guerras protagonizadas por etnias musulmanas y también por los polvorines africanos, con sus secuelas de muertes, destrucción y desplazamientos de personas que terminan en asentamientos de refugiados, donde solamente subsisten gracias a la ayuda que reciben de organismos internacionales.
Sin embargo, el eje de la película es el conflicto interno que padece la protagonista (un excelente trabajo de Binoche, que nunca decepciona), ya que la pasión que siente por su oficio la lleva a asumir riesgos extremos y a pasar largas temporadas alejada de su familia. Ella está casada con Marcus (Nikolaj Coster-Waldau), un biólogo marino, con quien tiene dos hijas. La paradoja de la familia es que el hombre es quien se queda en casa y se encarga de atender a las niñas y de todas las necesidades del hogar, mientras ella, la mujer, anda por el mundo arriesgando su vida y descuidando su rol de madre.
Ese conflicto interno hace crisis cuando Rebecca es herida durante una explosión provocada por una terrorista suicida, mientras ella hacía su trabajo en Afganistán. A su regreso a casa, tiene que enfrentar los cuestionamientos de su marido y de las niñas.
El desarrollo de la trama muestra la relación de esta pareja, que tiene una vida cómoda en un bello lugar de Irlanda. Ambos, profesionales destacados en lo suyo, cuentan con un importante prestigio en el mundo intelectual, como referentes de personas cultas e interesadas por los dramas de la civilización humana. Ella, como testigo de las consecuencias violentas de la ambición de las multinacionales en los territorios africanos, y él, investigando la contaminación en los mares como producto de los desechos de la industria nuclear.
En un momento, Rebecca decide hacer el sacrificio de renunciar a su trabajo para dedicarse a su familia y salvar su matrimonio. Pero, las presiones del medio y una decisión errónea, que pese a todo no es de su exclusiva responsabilidad, llevarán las cosas a una nueva crisis en la pareja.
Así, paradójicamente, las desinteligencias con su marido la empujarán nuevamente a Afganistán, para continuar con el trabajo que había quedado interrumpido a raíz del estallido que la dejó herida tiempo atrás. Sólo que ahora, Rebecca ya no es la misma de antes y empieza a ver las cosas de otra manera.
La película de Poppe es impecable en los aspectos formales. Una excelente fotografía, buenos (y bellos) actores, tensión dramática medida y equilibrada, nada de golpes bajos, y un desarrollo clásico de la historia. Un formato seductor para plantear algunos interrogantes cruciales en los tiempos que corren, que Poppe, en una entrevista, los resume así: “Eres un testigo, y como testigo también te preguntas constantemente hasta qué punto lo que fotografías es real o lo están fabricando para ti”.