Sin ponernos nerviosos y tratando que el Sistema Nervioso Central, valga la redundancia, no entre en descarga inapropiada, pregunto: ¿Qué se puede decir que no se haya dicho de producciones de esta naturaleza? ¿Que es un catálogo de lugares comunes? ¿Que todo es un gigantesco cliché?, ¿Que parece una producción subvencionada por el Vaticano? ¿Que cuando dice “basado en hechos reales” tené cuidado de lo que te van hacer querer creer?
De hecho el final de la producción da cuenta de esto último, cuando durante los créditos nos presentan en fotos a las personas reales que vivieron el drama que nos acaban de contar, y que distan demasiado de los actores que los encarnan. Todo el casting de la familia es un muestreo de modelos publicitarios: gente bella, esbelta, envidiable, la familia en realidad es una típica familia americana, todos con exceso de peso.
La historia se centra en Anna (Kylie Rogers), quien sufre un dolor insoportable que cada día se hace más frecuente. La niña de diez años padece un extraño e incurable trastorno gastrointestinal. Sus padres, Christy (Jennifer Garner) y Kevin Beam (Martin Henderson), son además padres de otras dos niñas más (la culpa golpeando la puerta), todos viven en un rancho de Texas y pertenecen a la comunidad religiosa de una iglesia de la zona.
Al principio los doctores minimizan los síntomas sin llegar a dar con la solución al problema. Su madre Christy hace todo lo que está en su alcance para intentar ayudar a la pequeña, pero sin resultados. Hasta que cae en manos del Dr. Burgi (Bruce Altman), jefe de pediatría del hospital zonal, quien le informa de la gravedad del caso, le pudo salvar la vida a la niña, pero le comunica que ella vivirá recluida a zondas naso/gástricas.
Al mismo tiempo le da la esperanza en versión de un genio de la medicina, el Dr. Nurko (Eugenio Derbez), un gastroenterólogo infantil de origen mejicano que reside y atiende en Boston. La dificultad es que éste doctor tiene los turnos tomados hasta el próximo siglo (sin exagerar)
Pero la Garner lográ lo imposible: el Dr. Nurko llega al diagnóstico que las neuronas del aparato digestivo han dejado de funcionar, no hacen sinapsis, el genio en cuestión plantea una estrategia de tratamiento basado en calmar el dolor con anclaje digestivo.
¿El sistema Nervioso Central? Bien, gracias.
Por supuesto que el tratamiento, luego de muchas vicisitudes, digamos viajes de ida y vuelta a Boston, otras niñas enfermas terminales, peleas con los médicos, con algunos de los feligreses, y demás páginas del catalogo de estereotipos del cine de ficción en género de drama, termina por no dar con los resultados esperados.
La narración todavía no ha desplegado la primera imagen, sólo la música, y ya sabemos que estamos frente a un drama clásico: cielo, nubes, la campiña verde, paz y tranquilidad, una casa en medio, tres nenas jugando, un árbol seco, que reaparecerá a lo largo de la primera mitad del filme cual zarza ardiente frente a Moisés.
Nos presentan el conflicto y a los 15 minutos ya sabemos el final, es cantado, como todo en el filme, para colmo redundante, los buenos por definición y los malos por antonomasia, aquellos que acusan a la nena de pecadora por lo que está enferma y sin cura, llegando al ejemplar cultural citadino y agnóstico doliente que se transforma gracias al milagro, un milagro mire.
Luego, ya desahuciada, tiene un terrible accidente: cae de cabeza por el hueco de ese árbol de nueve metros de altura (¿cómo adivinó?), queda dentro de un estado casi comatoso, o que casi le ocasiona la muerte. Al ser rescatada observan que no tiene nada más que rasguños, Anna supera su enfermedad gracias al “milagro” operado mientras estuvo inconsciente. Relata su vivencia, deja feliz a su familia, sin palabras a los médicos y subyugada toda la comunidad… ¡ah!, además escribe el libro que se transformó en el “best seller” (más vendido), en que se basa ésta película.
¿Y el Sistema Nervios Central? Bien, gracias.