Una abominación
Milagros del cielo es cine del abominable, del que se embandera con su cometido de maneras siniestras: el objetivo central, con anteojeras, es nada menos que el temible “mensaje”, en este caso el de la comunicación en forma de relato propagandístico religioso de una enfermedad de una niña que se habría curado de forma milagrosa al caer por el hueco de un árbol seco.
Para contarnos esto y el peregrinar por médicos varios de la madre con la niña la película apela a planos de desesperante obviedad, encuadres turísticos, música en modo de máxima abyección, montaje de telefilm, situaciones groseras de crueldad o no crueldad (el mozo malo, la moza buena Queen Latifah), la bondad y el acento pueblerino en los modos actorales de todos, especialmente de Jennifer Garner, con uso facilista de ceño fruncido y ojos vidriosos. Una película de supuestos buenos sentimientos que no se detiene ante nada para llegar a su meta de decirnos que la gente y la divinidad pueden ser buenas y/o persistentes, mientras los actores hablan de forma condescendiente para que todos entiendan y repiten una y otra vez las ideas de un guión artero. Cine del malo, del pérfido, del que además -en su forma descarada- nos recuerda que si existen estas cosas -y si se estrenan en un mercado en el cual se anulan estrenos previamente anunciados- es porque existe alguna clase viabilidad comercial.
La directora mexicana Patricia Riggen ya había descartado toda potencia y todo cine la historia de los mineros chilenos en Los 33: lo que hizo en esa ocasión y hace otra vez acá es mera ilustración audiovisual chapucera. Quizás ahora incluso se supere en impericia fílmica con este bodrio acerca de una madre decidida a salvar a su niña enferma, a las que retratada mediante un cine impúdico, horrible, lejano a cualquier noción de respeto por el espectador, al que ve como un mero objeto de manipulación. Un cine que apela a los temas más sensibles -niños enfermos gravemente- para vender fe, milagros, discursos sobre la importancia de creer realizados desde la más clamorosa falsedad. Recién al final, cuando aparece la familia real en la que se basa la película, hay algo parecido a planos que remiten al arte del cine, a algo relacionado con alguna clase de verdad o imagen mínimamente genuina. Al menos en ese momento hay una decisión de casting que la gente que hizo esta película no tomó, por lo tanto hay menos daño.