A las películas de acción cuya justificación de existencia es tomar premisas archiconocidas (grupo de ex boinas verdes en misión de rescate, un solo policía contra toda una mafia, o un solo tipo sobreviviendo balaceras y convirtiéndose en héroe, etc), parecen quedarle un sólo camino posible al dirigirse irremediablemente a ese callejón sin salida de la obviedad: tener guión bien escrito y dentro del mismo una construcción perfecta del personaje central (acá es crucial el casting). Sin eso, por más que se suba el volumen, aumenten las explosiones y se potencie el diseño sonoro, no hay nada.
“Milla 22: El escape” hace apuesta por el protagonista y le sale bastante bien. James Silva (Mark Whalberg) ha sido un niño dotado de una inteligencia superior a sus pares, lo cual derivaba en una conducta disruptiva y a veces violenta. Hoy ya es grande y ha canalizado su energía convirtiéndose en el líder de un grupo comando de táctica, estrategia y performance perfecta. Así lo quiere él y sino sale de esa manera bueno, digamos que uno no quisiera estar en el medio. Frío, decidido, intrépido, despótico, algo soberbio, obsesivo… las tiene todas éste muchacho.
Ese manojo de nervios controlados le cabe a la perfección a Mark Whalberg. Un papel similar al de Matt Damon con Jason Bourne. Más que hecho a su medida, da la sensación que el personaje fue quien encontró al actor. Y así le responde en el set. Entregando todo. Generando en el espectador el mismo nivel de empatía que de rechazo, la misma cantidad de risas que de broncas, y esto se debe a un guión (de Graham Roland y Lea Carpenter) ocupado en tener al líder constantemente al borde de un ataque de nervios.
Al tener al espectador concentrado en como James Silva se vincula con el mundo y con sus pares, el hecho de tomar (o calcar) los argumentos de “Ruta suicida” (Don Siegel, 1977) y de “16 calles” (Richard Donner, 2006), pasa casi desapercibido. En aquellas referencias un policía decide ir contra todos los obstáculos y cumplir la orden de trasladar a un prisionero de un lugar a otro, pese a que son sus propios superiores quienes por conveniencia necesitan que el objetivo no se cumpla (además de un chivo expiatorio). En este caso la tensión y circunstancia política de un país del sudeste asiático hace que este grupo de elite tenga que trasladar a un posible desertor que pide asilo político a cambio de delatar dónde se encuentra una gran cantidad de químicos que sirven para detonar una hecatombe nuclear.
Peter Berg dirigió su mejor película en 2008, se llamaba “Hancock” y la protagonizaba Will Smith haciendo de un super héroe que renegaba de serlo convirtiéndose en el arquetipo de anti-héroe. “Milla 22: El escape” quedaría ahí nomás sino fuese por su poca originalidad, pero donde falta imaginación sobran diálogos picados y picantes, acción sin pausa, brillantemente filmada y compaginada, con un personaje que se pone al hombro todo esto y lo justifica. En este sentido la química delante y detrás de cámara funciona como nunca. Se conocen mucho y se nota, ya que es la cuarta producción que hacen juntos. Berg y Whalberg (hasta en los apellidos se mimetizan un poco), vienen de hacer primero “El sobreviviente” (2013), luego “Horizonte profundo” y “Día del atentado” (2016), el estreno que nos ocupa. y ya preparan una quinta para el año que viene.
Es una de tiros que tiene el ritmo de esta época, pero también remite a viejos artesanos del género. Tal vez habría que definirla como esas épocas: Acción bien filmada que no le da respiro al espectador.