UN RARO (Y FALLIDO) EXPERIMENTO
Ya antes del estreno, Peter Berg y Mark Wahlberg manifestaron que Milla 22: el escape estaba destinada a ser el comienzo de una trilogía. Hay que reconocer que el intento de franquicia que realizan es raro y se aparta de la norma a partir de su estructuración narrativa, las tonalidades y construcción de personajes, pero eso no quita lo fallido del experimento. Estamos ante un film que elude deliberadamente las expectativas creadas a partir del trailer pero que a cambio no llega a construir algo realmente productivo.
En esencia, el argumento de Milla 22 es extremadamente simple: una unidad táctica de élite y ultra-secreta debe transportar desde la Embajada estadounidense al aeropuerto de un país del sudeste asiático a un informante que posee información vital sobre un potencial ataque terrorista, en un recorrido de 22 millas repleto de obstáculos y enemigos. La diferencia radica en que tanto a Berg como Wahlberg no parece importarles tanto esa misión por cumplir, o la ven como una simple excusa para algo más: una especie de análisis psicológico y conductual de esos agentes altamente entrenados que son –como varias veces se repite a lo largo del relato- el último recurso del cual dispone el gobierno estadounidense a la hora de enfrentar las amenazas provenientes de diversos enemigos. Claro que ese retrato no pasa tanto por un estudio del profesionalismo –algo que el dúo ya exploró de diversas formas en El sobreviviente, Horizonte profundo y Día del atentado– sino de las obsesiones y hasta patologías que marcan a los protagonistas.
Ahí es donde surgen los principales defectos de Milla 22: en los personajes, que esta vez no están basados en hechos reales (o al menos reconocidos de manera oficial) y no son gente de la clase trabajadora enfrentando hechos extraordinarios. No, tenemos tipos con enormes capacidades y recursos, acostumbrados a desempeñarse en situaciones extremas, lo cual crea una enorme distancia con el espectador. Berg juega un poco con el distanciamiento, con la contemplación un tanto cínica y superada de gente acostumbrada e incluso adicta al peligro, pero lo hace casi siempre de manera equivocada y contradictoria: si por un lado el personaje de Wahlberg es un líder verborrágico que asume ser un tipo maltratador e insoportable (mecanismo que solo funciona de a ratos); el interpretado por Lauren Cohan quiere generar empatía desde sus dificultades para ejercer su rol materno pero nunca lo logra; y los encarnados por Ronda Rousey y John Malkovich son meros accesorios para dejar en claro un par de convicciones. El único personaje realmente interesante es el interpretado por Iko Uwais (que por algo se lleva el último plano del film), pero más por lo que esconde o calla que por lo que dice, y porque el director tiene la suficiente inteligencia para dejarlo expresarse desde el cuerpo, a patadas y piñas, aprovechando las habilidades del actor de La redada.
A todo esto, Milla 22 le agrega una variedad de superficies formales y discursivas que empantanan enormemente la narración: la acción está casi siempre interrumpida desde el montaje por planos distanciados de todo tipo que restan en vez de aportar claridad a lo que se observa; hay idas y vueltas en el tiempo que sirven a su vez de vehículo para un curso acelerado y repetitivo de militarismo, intervencionismo y geo-política; y una autoconsciencia demasiado canchera e improcedente, como si Berg quisiera retornar a una tonalidad parecida a la de su ópera prima, Malos pensamientos, pero a destiempo. Quizás eso se deba a que hay algo que Milla 22 sí comparte con otros intentos de franquicias: lo que en verdad le interesa contar no está en esta primera entrega, sino en su hipotética (y poco probable, dado su fracaso comercial) continuación. La vuelta de tuerca del final sienta las bases para el duelo de fondo y que a priori podría resultar atractivo. Pero para eso hubo que afrontar una hora y media demasiado caótica, sin un rumbo claro.