Minari

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Este drama nominado a seis premios Oscar y ganador en la categoría mejor actriz de reparto se centra en las experiencias de una familia de origen coreano-estadounidense que, en los años ’80, se muda a una granja en el medio de Arkansas e intenta sobrevivir allí pese a infinitos contratiempos.

Jacob Yi debe haber crecido en Corea con su propio sueño americano en la cabeza, seguramente generado a partir de haber pasado su infancia rodeado de soldados estadounidenses. Lo cierto es que cuando debió irse de su país por la severa situación económica de entonces –ahora parece raro pensarlo por su pujante economía, pero Corea fue un país muy pobre hasta hace apenas unas décadas– supuso que al llegar a Estados Unidos las cosas le saldrían bien. Pero no, no fue tan así. Si bien se fue ya casado y ahora tiene dos pequeños y simpáticos hijos, su trabajo en California separando pollitos por sexo no se parecía en nada a lo que imaginaba.

Al arrancar MINARI, el tozudo y trabajador Jacob (Steven Yeun, de BURNING) ha decidido mover a toda su familia a vivir al medio del campo, nada menos que en Arkansas, donde piensa armar una granja y vender sus productos. Estamos a principios de los ’80 y si bien el paisaje deleita con su verde a lo Terrence Malick, la casa que Jacob compró para vivir es una móvil, rodante, pero de esas grandes que se apilan sobre troncos y parecen más gigantescos containers que otra cosa. Monica, su mujer (Yeri Han), está poco menos que espantada. La casa es fea, frágil (un tornado podría llevársela por los aires), tiene problemas de todo tipo y está alejada de todo, algo que es un inconveniente ya que el pequeño David (Alan S. Kim) tiene un soplo en el corazón y puede llegar a requerir atención médica. Los chicos, correctos y modositos, no parecen molestos. Al contrario, disfrutan de la libertad de movimientos de los enormes espacios que los rodean para jugar.

Pero no será fácil para Jacob sacar adelante la granja ni para Monica adaptarse al lugar, al trabajo (en paralelo, ambos siguen separando pollitos por sexo) y a la soledad del lugar elegido por su marido. La tensión entre ambos crecerá y pronto decidirán traer de Corea a la abuela Soonja (Youn Yuh Jung, ganadora del Oscar a mejor actriz de reparto por este rol), la madre de ella, a la que David no conoce y dice que no parece una abuela. En un sentido tradicional, es cierto. Es una mujer bastante libre, graciosa, desorganizada y poco adepta a las convenciones de lo que una familia tipo de la época podría esperar de una abuela (no sabe cocinar, por ejemplo) y eso al principio al pequeño David no le cae nada simpático.

MINARI tendrá dos ejes en paralelo. Por un lado será la historia de Jacob, de sus esfuerzos y complicaciones para sacar adelante la granja sin perder a su familia en el camino, especialmente porque Monica prefiere volver a la ciudad y no cree que los cultivos de vegetables coreanos (que es la especialidad a la que se dedica el marido, tras analizar la cantidad de familias coreanas que llegan a Estados Unidos por año) les de réditos económicos. Y, por otro lado, es el coming of age del pequeño David (la historia es autobiográfica y sin duda la del chico es la mirada del director), a quien las circunstancias lo llevarán a tener que crecer más rápidamente que lo esperado.

La de Cheung es una película pequeña y emotiva, un drama realista que va de la épica trabajadora de ciertos films de John Ford a cierta inspiración poética (visualmente al menos) que lo acerca al Terrence Malick de EL ARBOL DE LA VIDA o sus películas de los ’70. Y también incorpora el modelo de melodrama familiar asiático –y específicamente el coreano– en el que varias generaciones de una misma familia comparten una casa y lidian con los contratiempos que se presentan o que ellos mismos generan, algo que puede asemejarse al cine del japonés Hirokazu Kore-eda.

La película –nominada a seis premios Oscar y ganador de uno de ellos– está tan concentrada en la experiencia familiar interna que, pese a sus casi dos horas de duración, es muy poco el tiempo que dedica al mundo exterior. Veremos algunos situaciones confusas o de ligero racismo en la iglesia pero acaso la única relación constante que la familia tendrá con los locales será la que mantendrá Jacob con Paul (el gran Will Patton, irreconocible), un peculiar ex combatiente –precisamente de la guerra de Corea– que es muy religioso y trabaja con él en la granja.

Salvo en sus últimos minutos, en los que la tensión y el drama crecen, MINARI se caracterizará por mostrar la experiencia migratoria particular de los Yi en su cotidianidad más absoluta: desayunos familiares complicados, momentos tensos ligados a la falta de agua, alguna visita al médico, un simpático domingo en la iglesia y no mucho más. Un eje recurrente tiene que ver con que David moja la cama y otro está ligado al vegetal específico que da título al film. El «minari» es una suerte de perejil muy popular en Asia que crece y resiste casi en cualquier lado. Y en algún momento particularmente problemático de la experiencia ese vegetal salvaje se volverá relevante en la historia y fuerte metáfora de la experiencia en sí.

Una especie de memoir de la infancia del director, MINARI va creciendo lentamente en su dimensión dramática y los problemas de la familia se van haciendo más severos e intensos con el correr de los minutos. Pero la película no opta por ningún tipo de grosero golpe bajo con intención de recargar las tintas. Al contrario, los problemas que empiezan a aparecer tienen que ver con la lógica de los personajes y son realistas en función de las circunstancias que ellos atraviesan.

Seguramente parte del éxito de MINARI se funda en el hecho de ser una de las pocas películas estadounidenses en reflejar la experiencia inmigratoria, especialmente la de una comunidad asiática. Hablada casi todo el tiempo en coreano, la cuarta película de Cheung adhiere a la épica de la clase trabajadora, una historia centrada en el esfuerzo, el sacrificio, los contratiempos y problemas de una familia que quiere construir una vida allá donde poca gente ha logrado hacerlo. Como el minari, los Yi son un ejemplo de la resiliencia a la hora de enfrentar los contratiempos que hacen que el sueño americano por momentos se parezca mucho a una pesadilla.