ASÍ EN EL CINE COMO EN LA FAMILIA
Según relata la abuela Soonja (Youn Yuh-jung, habitual del cine de Hong Sang-soo), el minari es un vegetal que nace en cualquier lado, que pueden comer tanto los ricos como los pobres, algo popular y dueño de una belleza simple que lo vuelven sofisticado. No inocentemente el director Lee Isaac Chung llamó a su película como ese vegetal. Porque Minari está compuesta de esas mismas sustancias, tiene esas características, una película asequible para todos los públicos que baja a lo llano experiencias cinematográficas que pueden ser más arduas para algunos. Hablamos de esos dramas rurales a lo Terrence Malick, repletos de códigos religiosos, o esos dramas familiares coreanos que habitualmente tienen otros tiempos narrativos pero que aquí son asimilados por Chung con la estética del melodrama norteamericano. Desde esos conceptos, Minari juega todo el tiempo al borde de la puerilidad, pero increíblemente toma las decisiones correctas al convertir al relato mismo en una adecuada representación de los dilemas de esa familia: lo bajo y lo alto.
Claro que la de Minari no es cualquier familia, el relato nos mete en el centro de la experiencia de un matrimonio de inmigrantes que con sus dos hijos (el más chico tiene un problema cardíaco y hace las veces de punto de vista de la película) se mudan a la zona rural de Arkansas. Son los 80’s de Reagan, la situación laboral y social en Estados Unidos es compleja y el padre de familia decide que ese destino es el mejor para ellos: piensa desarrollar una granja para vender productos coreanos a la amplia masa de inmigrantes que llegan de aquel país. Minari está punteada por pequeños eventos que modifican el día a día del grupo, muy especialmente la llegada de la madre de la mujer, que se instala allí con hábitos y costumbres que no son los imaginados: “No sos una abuela de verdad” le dice el más chico, porque la abuela no cocina galletas ni cumple con tareas tradicionales. La respuesta del niño, entonces, será servirle a la señora un tazón con orina. Discusiones, dolores, distancias, alegrías, momentos placenteros; Minari más que una película es un recorrido por la experiencia grupal de una serie de individuos que deben motorizar sus deseos individuales en un plan superior: el gran y complejo plan de los inmigrantes de cualquier país y en cualquier tierra.
Minari también está repleta de símbolos. La familia, a disgusto de la esposa, habita una casa de esas que parecen más un conteiner que un hogar. Podría tener ruedas y salir a la ruta y la aventura, pero se sostiene sobre pilares y un viento fuerte, de esos que acechan Arkansas, podría arrastrarla al demonio. Y hay, fundamentalmente, muchas referencias religiosas, desde las explícitas con los personajes yendo a misa o el vecino que reza y carga una cruz inmensa de madera por la ruta cada domingo (Will Patton en un personaje tan exuberante como fascinante), hasta otras que aparecen como signos y señas que marcan la experiencia familiar: una víbora que ronda por ahí, la lluvia, el fuego y un padre que se llama Jacob. Lee Isaac Chung logra un film sensible, una película siempre al borde del descalabro que logra una centralidad meridiana. Así en el cine como en la familia.