Pueril y divertido tecno de entrecasa
“En aquel entonces los espías se arreglaban con lo que tenían”, dice una espía veterana en Miniespías 4. Hay cineastas que también. Vean si no a Robert Rodríguez, guerrillero texmex del cine de bajo presupuesto, cuya serie Miniespías equivale a filmar una superproducción de Bond con rezagos de ferretería. La cartelera porteña se ha confabulado para dejar la opción bien a la vista. Está el hipertrofiado, asfixiante mecanismo de relojería de Hugo (que no deja resquicios para la fantasía, mucho menos para que ingrese el mundo infantil) y está el pueril, divertido y atropellado tecno de entrecasa de Rodríguez, lo más parecido que hay a un juego de niños desde que se murió el último de Los Tres Chiflados.
Teniendo en cuenta que el arma secreta del perrobot que acompaña a los niños protagonistas es el lanzamiento de gases, es un alivio que en la Argentina el estreno de Miniespías 4 no incluya el Aromascope 4D del original (variante/homenaje al Odorama de los años ’50, que John Waters reeditó unas décadas más tarde). Sí se estrena en 3D, como la anterior de la serie, aunque no en todas las salas. Y sólo en copias dobladas: la voz de Ricky Gervais, que hace la del perrobot parlante, quedará para el lanzamiento en DVD. O tampoco. Hay cambio de familia protagónica: salen los Cortez, protagonistas de las tres anteriores (incluido papá Banderas), entran los Wilson. Incluida la recién ingresada Marissa, segunda esposa de papá (Jessica Alba), que, como Schwarzenegger en Mentiras verdaderas, en los ratos libres trabaja como superespía secreta, sin que los miembros de su nueva familia se enteren. Como suele suceder, es la hija la que huele que Marissa anda en algo raro, y por eso no los atiende como ellos quisieran. A su hermano Cecil le basta con tener una tele a mano y un fuentón de golosinas para no enterarse de nada.
Mientras tanto, papá Wilbur protagoniza, en la tele, un reality sobre cazadores de espías (¿?). Ya todos tendrán ocasión de seguir los pasos de Marissa, cuando los malos les tiren la casa abajo, buscando cierta piedra mágica que sirve para activar el Artefacto Armaggedon, proyecto gubernamental que permite cambiarle velocidad y sentido al tiempo. Para qué quiere volver atrás el enmascarado Guardián del Tiempo es un bonito gesto de Rodríguez, que cuando devela el secreto le da al villano una razón para serlo. Hasta llegar a ese punto, en el que Miniespías 4 se pone inesperadamente emotiva, la navegación tiene sus bamboleos. Pero el buen humor y la buena onda de Rodríguez mantienen el timón siempre bien apuntado, en un registro muy Batman (la serie).
Hay que verla a Jessica Alba –cada día más linda y simpática, desde que logró sacarse de encima el sayo de bomba latina que le habían encajado en Hollywood– corriendo a uno de los villanos con panza (falsa) de ocho meses, o yendo más tarde al frente con la beba en brazos. Jeremy Piven compone a su Tic Toc (lugarteniente del archivillano) en una clave deliberadamente hiperexagerada, próxima al Favio Posca de Los únicos. Como de costumbre, la nueva Miniespías rebosa de un chicherío tecno digno del Pardal de la historieta de los ’50. Tanto que, sumado al festival de colores flúo, un poquito abruma. Se disculpa, por la buena leche de chico de barrio que el mexicano de Texas vuelve a desparramar, dando la sensación de que cuando filma, él es el que más se divierte. No como otros, que quieren hacer “cine para la familia” y les sale un bodoque de historiador ciruela.