Una de Los Rodríguez
Robert Rodríguez y su museo del cine.
La franquicia familiar Mini Espías de Robert Rodríguez empezó, hace once años, como travesura digna de amonestación (y, finalmente, de condecoración) en la Escuela Normal 007. Los espías infantes usaron como combustible la furia casera, cinéfila y familiera del tex-mex que llama a Tarantino su hermano y que bautizo a sus hijos como Rocket, Racer o Rebel.
Rodríguez hizo a su saga un museo del cine, donde desde su propia productora usaba recursos mercachifles como si fueran cohetes en fin de año. Pero el infantilismo en Rodríguez es lo que lo hace recorrer el cine como juguetería que puede salvar al mundo: al fin y al cabo, sus relatos para el público infantil (que no se limitan a los Mini Espías ) no son otra cosa que la versión maxigrande pero palpable, en su berretada intencional, de un juego entre niños en un patio.
Rodríguez vuelve, ocho años después, a su escuela de punk supersecreta. A pesar del formateo de los protagonistas, Rodríguez mantiene la idea de salvar el mundo desde la casita del árbol. Pero construida por Iron Man. Salvo que ahora Jessica Alba (divertida, aunque un poco maniquí, en su papel de Ethan Hunt embarazada) es madrastra y su pasado de chica Bond vuelve bajo la forma de una supervillana cara-de-reloj que persigue al nuevo dúo de niños protagonista.
Otra vez batiendo, que no mezclando, una inventiva de nene que tomó 7 litros de gaseosa, Rodríguez brilla en cuando se pone forajido en el reciclaje de imágenes: esos villanos con rostro de reloj (tan de serie de Batman en los ‘60), esas ideas 3D que Rodríguez usaba hereje cuando Cameron recién bocetaba la catedral Avatar , el sentimiento de fondo esta haciéndose el asado del domingo.
Obvio, está la torpeza, en forma de escatología que parece diseñada por gente que usa crayones, y también esta ese agotamiento que, materialismo mediante, necesita ideas-objetos para seguir haciendo chicles globos capaz de dar la vuelta al mundo. Pero cuando respira, Rodríguez se confirma un salvaje sub-18, que no da concesiones, cuya impericia vale menos, mucho menos, que su ausencia de filtro. Rodríguez es salvaje donde todos, pero todos, son adultos. Si no puede con su niño interno, entonces Rodríguez lo armara (y amará) hasta los dientes. O crecerá en el intento.