Y sí, volvieron los Minions. Y sí, hay mucho que ya sabemos, muchos gags previsibles, mucha música de los setenta, más o menos como en la primera. No todo es gracioso y la historia de cómo Gru se hace de amigos y consigue su vocación de villanísimo (Gru es un personaje hermoso, digamos todo) no está lejos de las convenciones del género. Pero amigos: hay gags y momentos muy pero muy graciosos, dignos de la realeza del cartoon clásico (ese arte que este escriba hace años trata de reivindicar y que a ustedes, aunque no lo digan, los hace reír a mares). Los bichos bananófilos protagonizan todo tipo de humor, sobre todo slapstick (golpe y porrazo, caídas, etcétera) con algo de mínima picardía. Lo que igual importa no es tanto la historia ni el diseño -que a esta altura de la soirée no nos genera mayor sorpresa: todo es brillante hasta el tedio- sino eso que hace buena cualquier cosa: el timing. Los animadores de los Minions comprenden perfectamente que un grito o un culo al aire no son graciosos per sé sino por el cómo se plantea el gag. La gran debilidad, más allá de un reparto multiestelar en las voces originales (bueno, ya sabemos: la mayoría la verá en el afiatado doblaje castellano), consiste en eso, ser puro gag que a veces tapa la historia, y que, cuando la historia vuelve, se torna trivial espera al próximo gag. Pero en tiempos en los que nos gana la tristeza, que algo nos haga reír con la inocencia de la infancia es para agradecer.