En principio, los astutos responsables del estudio de animación Illumination aprendieron una lección. Minions (2015), la primera película protagonizada por los diminutos e inquietos personajes amarillos revelados en Mi villano favorito, había mostrado que por sí solos no podían sostener una historia con la extensión de un largometraje. A lo sumo funcionaban (a veces muy bien) en cortos pensados como sketches para aprovechar la gracia natural que estos estos extraños seres tienen para la comedia física y lo divertido que resulta escucharlos en esa jeringonza que mezcla onomatopeyas con palabras en francés e italiano.
Por lo tanto, esta segunda película de los Minions es en realidad la cuarta de Gru, el villano que no tardó en hacerse querer desde que en su notable primera aparición debe afrontar el desafío de convertirse en padre a la fuerza. A partir de allí, él y su movedizo staff amarillento nunca perdieron del todo el ingenio, pero a la vez el justificado éxito de aquélla producción inicial pasó demasiado rápido a una segunda etapa marcada por el relajamiento y la rutina.
Así llega Minions: nace un villano, una precuela con todas las letras. Aquí, Gru es un niño de 12 años con un aire de familia a Los Locos Addams que padece el bullying cotidiano de sus compañeros en la escuela y tiene como única aspiración de futuro sumarse al mayor equipo de “tipos malos” disponible en 1976, tiempo en el que transcurre la acción.
Hay unas cuantas ocurrencias lúcidas en la descripción de ese marco (la disquería de San Francisco en la que se ocultan los villanos, las referencias al estreno de Tiburón, un delirante viaje en avión), desplegado a través de la colorida, creativa y vistosa paleta visual que caracteriza a todas las producciones del estudio. Pero la película nos sugiere de entrada todo lo que podríamos imaginar sobre la evolución de Gru y el vínculo que establece con los Minions, dueños de casi todos los chistes. Algunos son francamente graciosos, otros muy previsibles y hasta inevitables.
Quienes tengan la suerte de acceder a alguna de las contadísimas proyecciones en inglés con subtítulos comprobarán cómo las voces de Alan Arkin, Taraji P. Henson, Michelle Yeoh, Jean Claude Van Damme, Dolph Lundgren y Lucy Lawless construyen y definen en buena medida a sus respectivos personajes. En especial los tres primeros: Arkin es Wild Knuckles (Wally Kobra en la versión doblada), el antiguo líder de la banda de villanos, traicionado por ésta en la búsqueda de un codiciado tesoro, que encontrará en Gru a un inesperado compinche. Henson encarna a Belle Bottom (Donna Disco), una típica chica afroamericana de los 70 que integra el grupo de los malos, y Yeoh es la acupunturista que enseña kung fu a los Minions, dato vital para justificar la explosiva (y desmesurada) secuencia final ambientada en el Barrio Chino de San Francisco. Demasiado ruido y fuegos artificiales de más para una aventura que sigue funcionando mejor en el ámbito familiar y en formato más bien acotado. Los Minions nunca dejan de agradar y divertir, pero algunas historias les quedan demasiado grandes.