Seres en busca de un villano favorito
No hacía falta ser Nostradamus para augurar, cinco años atrás, una creciente exposición mediática por parte de los minions. Como sucedió con los pingüinos de Madagascar en relación con su película madre, estas criaturitas que remedan gigantescas cápsulas farmacológicas de color amarillo se robaron, en buena medida, la primera y segunda Mi villano favorito. Era de prever que la Universal los iba a multiplicar en forma de merchandising, cortos y, finalmente, largo propio. Eso es lo que sucedió. Pero algo pasó entre esos minions que ponían patas arriba, como Ellos proliferantes, el ordenado laboratorio de ese tipo jodido llamado Gru, y estos que son más un mero producto que seres de alguna clase.Como prescribe el Manual de Películas de Relanzamiento (aunque ésta es más lanzamiento que relanzamiento), Minions se remonta al origen de estas cápsulas vivientes, ubicándolo en tiempos prehistóricos y repasando su Grandes Exitos a través de los siglos. Codirigida por el francés Pierre Coffin (codirector de Mi villano favorito), la película da un sentido a la vida de los minions, para decirlo con lenguaje trascendentalista. Como sabuesos en formato sintético, no saben vivir sin un amo. Pero el amo no tiene que ser bueno, sino todo lo contrario. Como los protagonistas de la serie El túnel del tiempo, los minions caen siempre justo en fechas clave para la humanidad, ocupándose de embarrarlas, producto de su torpeza infantil. Apresuran la extinción de los dinosaurios, despiertan a Drácula corriéndole la cortina por la mañana, derrotan sin querer a Napoleón. Simpático cortito de gags: hete allí una clave de por qué esa secuencia funciona y la película no.Como ciudadanos de un país dictatorial (¿involuntaria autorreferencia a Hollywood?), los minions son todos iguales. No sólo físicamente. Ninguno de ellos (y son montones) tiene alguna característica que lo distinga, que permita empatizar con él. Cuando funcionan como un único organismo quilombero –lo que sucedía en las Villano, y también en la secuencia inicial de ésta–, tienen gracia. Puestos en situación de protagonistas, con una determinada motivación a sostener durante 90 minutos, no. Mucho menos cuando de la masa indiferenciada se destacan tres que, con la misión de encontrar un villano a quien servir, van a parar a Nueva York, en plenos tiempos de Nixon, rock y Amor & Paz (drogas no, es un film infantil).Doble debilidad, en ese punto. Por un lado, la única diferencia entre los tres es que uno, ligeramente más alto, se comporta como hermano mayor. Por otro, la propia causa que los mueve (servir a alguien, como el tema de Dylan) denota su naturaleza de secundarios. Condición que la película, estirada y con una gracia esforzada, no hace más que confirmar. Echando mano del maniqueísmo dramático de rigor, Scarlett Overkill, la villana que se les opone, es tan poco pertinente como graciosa. De su mano, la película deriva al final bélico que toda producción clase A de Hollywood se supone debe tener, con superarmas, grandes explosiones y poderes de superhéroes. En el original, la voz de Scarlett Overkill es la de Sandra Bullock. En la versión doblada, única que llegó hasta aquí, Thalía. No es erróneo que la haya puesto de mala, pensándolo bien.