Minúsculos

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El mundo es chiquito

Un sábado diferente en el Cine Arte de Belgrano. Los habitués miran con asombro a los niños sentados en la escalera. Los cinéfilos vitalicios comparten la curiosidad de los más pequeños. Una sala colmada de chicos, sin pochoclos ni gaseosas, descubre otros horizontes para el cine de animación digital. La potencia visual y poética cautiva a todos por igual. Minúsculos es un espectáculo en miniatura sin palabras ni ornamentos superfluos, que utiliza la gramática elemental del cine de aventuras con una insolente economía de medios.

La película cuenta las tribulaciones de una temeraria vaquita de San Antonio que intenta ayudar a una colonia de hormigas negras, pacíficas y amistosas, ante la ofensiva de las crueles hormigas rojas. El objeto en disputa es un canasto con preciosos terrones de azúcar abandonado en un picnic por una pareja. El enfrentamiento entre los dos grupos toma la forma de una batalla épica en la que los elementos “olvidados” por los humanos, como escarbadientes, hisopos o un insecticida, pueden transformarse en armas de destrucción masiva.

Lejos de los Bichos de Pixar o las Hormiguitas de DreamWorks, estos insectos animados conviven con la materia real del bosque; el escenario de sus andanzas son grandiosos paisajes filmados en parques naturales. Los cineastas se apropian de sus criaturas y les infunden personalidades expresivas, vivaces y accesibles. Los personajes ganan espesor y se mueven en el espacio con un dinamismo formidable que eclipsa su relación con la realidad. Minúsculos es una película que reivindica el savoir-faire del mejor cine francés: sin diálogos, con una gran inventiva formal y una narración fragmentada que se pasea por distintos senderos sin perder el equilibrio.