La ópera prima de Denise Di Novi aborda sin sorpresa ni ingenio una trillada historia de despecho.
Hasta no hace tanto, el cine norteamericano era grandioso hasta en sus peores películas. Era tan bueno que los filmes de segunda línea eran disfrutables y entretenidos, y tenían la dosis de libertad que el cine mainstream no se podía permitir.
La denominada clase B constituía un género en sí mismo y fortalecía toda una tradición que hoy está completamente bastardeada. Pero la genialidad que nos asaltaba en la oscuridad solitaria de una sala quedó en el camino cuando el registro telenovelesco empezó a inmiscuirse, ayudado por best sellers de dudosa calidad o novelas rosas y básicas.
Mío o de nadie, ópera prima de Denise Di Novi, es otra prueba más de la debacle en la que se encuentra el cine norteamericano de bajo presupuesto.
No importa que la película cuente una vez más la gastada historia de la mujer adinerada que queda despechada y cargada de odio después de que su marido la deja por otra que, encima, está a punto de ganarse la confianza de la hija que tienen con el exmarido amado.
Lo que vale en el cine es cómo se cuenta esa historia trillada, y si se nota la mano de un cineasta a través de la puesta en escena, mucho mejor.
Está demás decir que en esta película arquetípica lo segundo brilla por su ausencia. Sin embrago y pese a todo esto, el filme tiene algo para destacar. Lo positivo de Mío o de nadie es que vemos en pantalla a la resucitada Rosario Dawson (Kids, 1995), que despliega todo su talento en el papel de Julia Banks, una víctima de la violencia de género.
Julia pudo salir de una relación infernal con un exnovio abusador y empezar una nueva vida con David Connover (Geoff Stults), una especie de muñequito Ken de carne y hueso, y la hija de éste con su anterior matrimonio. Pero Julia salió de una pesadilla y se metió en otra, ya que tiene que enfrentarse con los celos enfermizos de Tessa (Katherine Heigl), una suerte de Barbie psicótica (muy de telenovela de Thalia) dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de recuperar a David.
Ya se pueden imaginar cómo termina, ya que en Mío o de nadie no hay nada que no hayamos visto millones de veces. Es una historia repetida, con la desventaja de que acá, en vez de disfrutar del buen pulso de un cineasta, tenemos un producto fabricado para un público ávido de historias con conflictos entre mujeres que se disputan el cariño de un hombre.