Mira cómo corren es una divertida parodia de los misterios de Agatha Christie
Con logradas actuaciones del dúo detectivesco a cargo de Sam Rockwell y Saoirse Ronan, y una multiplicidad de citas y homenajes que harán las delicias de los fanáticos de los policiales de salón, el muy disfrutable film de Tom George sabe cómo hacer equilibrio entre la ironía y el cariño por sus criaturas
El modelo del whodunit parece haberse convertido en una parodia de sí mismo. Sus mecanismos se han tornado tan difundidos, copiados, repetitivos, que pensar en un atisbo de originalidad en esa mecánica de descubrir al culpable entre un desfile de sospechosos sentados en un sillón mullido, frente a un inspector con pipa y monóculo, resulta una cita monótona sin ninguna sorpresa. ¿Es posible darle Otra vuelta de tuerca? Pues eso es lo que intenta Tom George en este discreto homenaje a la invención de Agatha Christie y a la popularidad del enigma británico: meterse dentro de esa lógica como el ratón en la ratonera para exhibir sus mecanismos y reírse con ellos.
Mira cómo corren comienza en un teatro londinense en los años 50 cuando un director de Hollywood exiliado en Inglaterra por el macartismo celebra la inminente adaptación de un éxito de las tablas a la pantalla. Ese éxito no es otro que La ratonera de Agatha Christie, espectáculo que cumple cien funciones en el West End y es el triunfo de la sigilosa productora Petula Spencer (Ruth Wilson). Pedante y poco diplomático, el director Leo Köpernik (Adrien Brody) no es el más discreto invitado a la celebración, aunque sí la perfecta víctima de un crimen de salón. Es su misma voz desde la ultratumba la que nos conduce por la historia –cita a Sunset Boulevard de Billy Wilder- y con ella nos presenta al par de investigadores que evocarán a los Poirot de esta tradición.
El dúo que forman Sam Rockwell y Saoirse Ronan conduce la investigación con los obligados traspiés, y en ese juego entre el desgastado profesionalismo del veterano inspector y el entusiasmo desmedido de la aspirante a sargento se gesta el perfecto humor del género, al mismo tiempo que se edifica la mirada interna que propone la película, cargada tanto de amor por ese universo como de la ironía necesaria para su deconstrucción.
Mira cómo corren esquiva los palimpsestos solemnes dirigidos por Kenneth Branagh en sus últimas adaptaciones de la literatura de Christie, y al mismo tiempo se distancia del anhelo de reinvención que conduce a Rian Johnson en la inesperada saga de Entre navajas y secretos. La mirada de Tom George concentra la autoconciencia en obligados guiños –el apellido del detective viene de Tom Stoppard, director de su propia parodia del whodunit, The Real Inspector Hound; Attenborough de Richard Attenborough, quien fue parte del elenco original de la versión teatral de La ratonera-, pero al mismo tiempo en la lectura de aquellos años 50 del cine inglés, tiempos en los que la British New Wave y sus dramas costumbristas revelaban la contracara social del enigma sobre las tablas (acá también aparece la referencia al famoso estrangulador de Rillington Place y a la diferencia entre las narrativas británica y norteamericana). Desde el humor, George no deja nada librado al azar, y en esa pesquisa por descubrir al asesino también ensaya los límites de su propio artificio, el revés de cada uno de sus personajes, la lógica del género como trampa y goce.
Si bien todos los actores se ajustan a sus ‘sospechosos de siempre’, es notable el trabajo conjunto de Rockwell y Ronan, una pareja de investigadores que concita calidez y humor, una clara vocación de asomarse a sus personajes sin sentirse por encima de ellos. Ambos juegan el juego con convicción y disfrute, y piensan la parodia desde la misma tradición de la novela del siglo XX, en ese escurridizo límite entre la tragedia y la farsa.