Taxi voy.
No es casualidad que el director de esta película, Eryk Rocha, sea el hijo de Glauber Rocha, referente indiscutible del cine latinoamericano y de películas donde el entramado social se palpaba en relatos que tenían también cruces transversales con tópicos universales.
Universal y universo para definir un espacio de reflexión y el pretexto de un gran viaje por etapas, cuyo protagonista es Paulo (Fabricio Boliveira), taxista por necesidad y símbolo de esos antihéroes para quienes la redención es un plan de infinitas cuotas, con una tasa de interés impagable. Paulo siempre espera que la luz del semáforo vire de ese rojo, que indica detenerse, a otro color como el verde de la esperanza.
Son las calles transitadas en la noche y madrugada de Sao Paulo las que dictan el destino de los pobres, como Paulo y sus colegas, quienes se informan del estado del tránsito y se cuentan en esa soledad de murmullos y cuatro ruedas pedacitos de vida y tristeza. En el espejo retrovisor hay un pasado pero siempre el taxi va “pra frente” como aquella película Pra frente Brazil que hablaba de las mismas cosas pero con un ojo menos atento.
El ojo escudriñador de este chofer de taxi se complementa con su oído, transición entre la escucha y sus propios monólogos cuando cada pasajero que sube a ese viaje tuerce el rumbo y alimenta a esta película de historias de medianoche, a medias como todo lo que le ocurre a los perdedores alegres que regalan su cuerpo y alguna sonrisa brasileña ante tanto tráfico del desánimo.