Muchos son los momentos que ilustran el detallismo y emotividad del retrato que ofrece Mirai: Mi pequeña hermana de las dinámicas familiares y paterno-filiales. Uno de mis preferidos es aquel en el que Kun, un niño de apenas dos años, amenaza, empujado por los celos, con golpear a su hermana recién nacida, Mirai, con un tren de juguete. En plano general, la madre, al límite de sus energías, le recrimina al hijo su conducta con un grito severo. Entonces, Mamoru Hosoda (el director de Summer Wars y El niño y la bestia) nos acerca a la madre para que veamos cómo se recrimina en voz baja el haber perdido los estribos. La escena está llena de matices e interpretaciones posibles: el niño se sitúa entre el enfado y el arrepentimiento, mientras la tristeza de la madre perfila su descontento con el niño, pero también con ella misma por no haber sabido solventar el conflicto de manera pacífica. Detalles que, con toda probabilidad, llamarán la atención de cualquiera que haya sido padre o madre. Como si se tratara de un pequeño drama familiar de Yasujirō Ozu o Hirokazu Kore-eda, Mirai encuentra en el escenario doméstico las claves micro y macroscópicas de la vida de un clan y de toda una nación, dominada por las tensiones entre tradición y modernidad. La aparición de un nuevo modelo familiar se ve reflejado, sobre todo, en la decisión del padre de abandonar su puesto “de oficina” como arquitecto para trabajar en casa, mientras la madre mantiene su empleo tradicional. Un nuevo escenario que la película aborda con humor y amabilidad, pero sin dejar de atender a los retos que plantea este cambio de paradigma familiar. Hosoda aborda esta cuestión desde un controlado y luminoso intimismo, prefiriendo los planos frontales y laterales a las vistas oblicuas. Una voluntad de orden que, en todo caso, se va al traste cuando Kun tomas las riendas del relato y la fantasía entra en juego. Los dramas paterno-filiales suelen estar contados desde la perspectiva de personajes adultos, casi siempre más cercanos a la sensibilidad de los directores. Sin embargo, Hosoda se atreve (como hiciera Hayao Miyazaki en Mi vecino Totoro o Ponyo y el secreto de la sirenita) a tomar como perspectiva central la mirada de un niño desconcertado por el comportamiento de sus padres. Será a través de esta mirada que, como en un relato dickensiano, el espectador se adentrará en un viaje por diferentes tiempos y lugares que tiene como pista de despegue el patio interior de la casa familiar. Allí, Kun inicia una serie de encuentros con parientes que le visitan desde el pasado o el futuro, siendo especialmente destacables las apariciones de la “versión futura” y adolescente de Mirai, la hermana, y la de una criatura fantástica (cuerpo humano, cola canina) cuyos rasgos y movimientos pueden remitir a los de la serie de animación japonesa Lupin III. A la postre, la obra que mejor dialoga con Mirai es seguramente el mítico cortometraje Jumping, de Osamu Tezuka, en el que, en plano subjetivo, un niño (o niña) empezaba a saltar hasta terminar alzándose a los cielos. A través de esta serie de saltos sobrehumanos, Tezuka visitaba el Japón urbano y el rural, pero no solo eso, sino que los saltos se proyectaban también hacia el pasado, hasta la Segunda Guerra Mundial, un periodo traumático para la nación japonesa. Por su parte, Mirai se eleva a los cielos para rastrear el fascinante árbol genealógico de Kun y su hermana, una suerte de “árbol de la vida” que figura como una de las pocas creaciones digitales de una película que, en su mayor parte, bebe de la cara más artesanal de la animación. Combinando las líneas rectas de la casa familiar y del árbol genealógico de Kun con la deliciosa redondez del protagonista, Mirai deviene un emocionante (y nada sentimentalista) elogio de las pequeñas batallas cotidianas que dan forma a ese lugar de aprendizaje que llamamos familia.
La industria de animación japonesa suele brindarnos pequeñas joyas como el film más reciente de Mamoru Hosoda (“El Niño y la Bestia”, “Los Niños Lobo”). Una obra sumamente bella tanto por su impresionante y sofisticada animación como por su extrema sensibilidad para narrar la niñez y sus distintas miradas sobre la familia, el crecimiento y sobre nuestros padres. El largometraje nos sumerge en el punto de vista de Kun, un niño mimado y consentido de cuatro años al que sus padres dejan de prestar atención cuando nace su hermana Mirai. No es que lo marginan pero lógicamente un bebé demanda más tiempo, por lo que Kun ya no representa el 100% del enfoque de sus padres. Ahí es cuando los celos del infante salen a la luz y comienza a concebir cierto rechazo por su recién nacida hermana. Pero entonces, la versión adolescente de Mirai viaja en el tiempo desde el futuro para vivir junto a Kun una aventura extraordinaria más allá de lo imaginable. La película constituye un trabajo maravilloso de guion al demostrar situaciones de la vida cotidiana relativas a la vida familiar pero más que nada en la percepción de los niños sobre ciertas cuestiones que muchas veces escapan a su completo entendimiento. Hosoda hace un impecable trabajo como director en lo que quizás sea su trabajo más maduro hasta la fecha, por eso no es de extrañar que la película haya recibido nominaciones a Mejor Largometraje Animado en los Annecy, los Golden Globe y los Oscars. Una propuesta para grandes y chicos que podrá ser disfrutada en distintos niveles interpretativos. Esto es quizás uno de los aspectos más ricos e interesantes de la película, porque estamos ante un drama de tintes fantásticos que podrá encandilar a los niños pequeños desde lo visual e imaginativo pero también busca fundar un relato humano sobre la familia, los métodos de crianza y el círculo/ciclo de la vida donde ciertos patrones se van repitiendo a lo largo del tiempo. Otro de los aspectos destacados del film radica en su realismo para retratar la paternidad/maternidad y sus conflictos diarios, mezclados con esos momentos de fantasía donde se unen el pasado, presente y futuro de la familia protagónica para señalar ciertos patrones de educación y conducta fundados en cuestiones que les pasaron a los padres como hijos cuando eran pequeños. El destino y las casualidades también son de los tópicos que plantea la pieza audiovisual haciendo que todavía el encanto y el impacto de la narración sean aún mayores. Visualmente impactante y narrativamente relevante, “Mirai” representa uno de los relatos más tiernos y geniales que ha producido Japón en los últimos años.
El animé nominado al Oscar y a los Golden Globes como Mejor Película Animada 2019 se exhibirá en ocho (8) salas del Village Cines el 9, 11 y 14 de Mayo. Dirigida por Mamoru Hosoda la historia se centra en Kun, un niño de cuatro años, algo malcriado, que es dueño del amor de sus padres sólo para él hasta la llegada de su hermanita Mirai. Al principio todo es curiosidad, pero luego, a pesar de su corta edad, comienza a experimentar terribles ataques de celos que no puede controlar. El jardín de su casa será el pasaje a distintas épocas que lo harán conocer distintas etapas de los integrantes de su familia. A quiénes y en qué momentos es algo que no voy a spoilear porque vale la pena la sorpresa. También su mascota forma parte de la gran aventura. A su padre, arquitecto con trabajo en casa y más dedicado por el momento a su familia, le cuesta llevar la casa adelante cuando su mujer debe volver a trabajar y entre los dos harán lo posible por hacer que Kun no sufra tanto la incorporación de la bebita al hogar, aunque la mayor parte del tiempo, resulte casi imposible. Es impresionante la calidad de animación del film, súper colorido, un imperdible para grandes y chicos que relata sentimientos como los celos, el abandono, la alegría y situaciones de la vida cotidiana que la mayoría ha atravesado. ---> https://www.youtube.com/watch?v=6d-lsJZgmJs ---> TITULO ORIGINAL: Mirai no Mirai DIRECCIÓN: Mamoru Hosoda. GUION: Mamoru Hosoda. MÚSICA: Masakatsu Takagi. GENERO: Animación . ORIGEN: Japón. DURACION: 98 Minutos CALIFICACION: No disponible por el momento DISTRIBUIDORA: Cinemark FORMATOS: 2D. ESTRENO: 09 de Mayo de 2019
Retrato animado de la vida: buena pero no perfecta. El director japonés Mamoru Hosoda se presenta una vez más con un relato sencillo, emotivo, que trasciende por su perfecto estilo de animación y el corazón de la historia en el lugar adecuado para volverla una maravilla entrañable. Centrada en cómo un niño percibe sus primeras experiencias de vida, el mundo del pequeño Kun se ve puesto patas arriba con la llegada de Mirai, su hermana recién nacida. Con esta relación como puntapié y eje central de la historia, el director apela a lo cotidiano y a las reacciones más humanas para envolverlas con elementos fantásticos, convirtiendo el crecimiento y aprendizaje en lo extraordinario del día a día. El film se compone de distintos episodios en la vida de Kun y su familia en los cuales el niño lidia con los celos de su hermana y los sentimientos de confusión y soledad ante la atención que deben darle los padres a la bebé. Las inseguridades y temores típicos de la temprana edad son abarcados con un importante matiz de realismo. Sean los celos y disputas del niño con su hermana o sus padres, los caprichos y negaciones o el miedo a la hora de aprender a andar en bicicleta, cada una de las problemáticas que se van presentando a lo largo de la historia son muy familiares y reconocibles para el espectador. Así, el director retrata con grandeza esos pequeños momentos de la vida y más allá de la exageración de los rostros o movimientos animados, los personajes se ven humanos en la pantalla. El padre de Kun le dice a su hijo que hay una primera vez para todo y, siguiendo esta idea, el film se enfoca en las primeras experiencias mostrándolas con la ingenuidad y lo infantil que resultan pero al mismo tiempo denotando la importancia fundamental que estos momentos poseen en la vida del infante al igual que las reacciones de los adultos ante ellos. Todo lo pequeño conlleva un peso enorme para quienes lo transitan con el desconocimiento de una primera vez. Y esta cuestión tan realista y llevada acabo de manera tan poética, también encuentra su lugar dentro del realismo mágico al que se recurre en la historia. El árbol que se halla en el jardín de la casa familiar es el nexo espiritual al cual se puede acudir para conocer el pasado y futuro de sus integrantes. De esta manera es que Kun, con cada conflicto vivido, conocerá mágicamente a las versiones futuras de su hermana y de sí mismo, la versión infantil de su madre o a su bisabuelo en sus años de juventud. Lejos de resultar confusos o rebuscados, los viajes en el tiempo son tratados con una sencillez que deposita su fuerza en la emocionalidad nacida de los encuentros de Kun. En cierta forma funciona como un diálogo interno que ayuda al niño a poder comprender de mejor manera las actitudes tomadas por sus padres, las igualdades y las experiencias humanas que no solo los conformaron a ellos sino que también se encuentran formándolo a él desde temprana edad. A pesar de las distancias y de los tiempos pasados o futuros que el niño fanático de los trenes recorre sobre los rieles de la vida, el film mantiene el contacto humano cercano al espectador para que éste pueda ser interpelado fuertemente por la mágica historia. Mirai es un film que, al igual que la visión de vida que posee, se compone de pequeños momentos que se destacan resplandeciendo de manera mágica con el sentir de lo cotidiano, construyendo la personalidad de su protagonista y haciéndolo crecer al mismo tiempo que logra lo mismo con la sensación de bienestar dejada al público —en su sencillez halla una belleza propia, lo que hace buena a su historia. Y como dice la madre de Kun y Mirai: “Buena está bien. Mientras no sea mala”. Y eso justamente, es todo lo que es y precisa ser Mirai.
Lo primero es la familia El último largometraje de Mamoru Hosoda es una reflexión sobre las relaciones familiares, la educación y los procesos de aprendizaje, los celos entre hermanos y el paso del tiempo. El realizador retrata la familia como institución en el Japón actual, pero no desde la mirada adulta, sino desde la cosmovisión de un niño. Kun, el protagonista de Mirai, Mi pequeña hermana (Mirai no Mirai, 2018), es el rey de la casa. Consentido y caprichoso, su reinado es puesto en jaque cuando su hermana recién nacida llega a la casa. La bebé ocupa toda la atención de sus padres, lo que desatará un irrefrenable ataque de celos de su hermano mayor. Una de las grandes virtudes de esta película, es la decisión de Hosoda de mostrarnos el padecimiento de Kun, desde su subjetividad. Siente el “abandono” de sus padres y buscará de todas las maneras posibles recuperar su atención. Como en el mundo infantil, la película irá alternando entre la “realidad” cotidiana y un espacio de fantasía donde Kun interactúa con su perro “humanizado” y su propia hermana “del futuro”. De esa manera, acompañamos al protagonista en su viaje hacia el descubrimiento de una nueva etapa de su vida, y que a través de la inmersión en ese mundo paralelo (que el protagonista, como la propia película, atraviesa con total naturalidad), aprenderá a adaptarse a ese nuevo estado de cosas en su vida cotidiana. Hosoda no se queda solamente en el relato de las experiencias de su protagonista, sino que también reflexiona sobre diversos aspectos de la cultura japonesa como son el mantenimiento de las tradiciones milenarias y el rol de la mujer. El talento del realizador, también se ve reflejado en los aspectos formales del film, que combina la animación tradicional con la digital. El propio realizador sostiene que hacer una película sólo con animación digital, acarrearía la pérdida de “todo rastro de nuestros orígenes”. Los orígenes y nuestros antepasados, también es otro de los grandes temas de esta película. La familia se constituye no sólo con sus miembros actuales, sino también con la historia y las vivencias de quienes nos precedieron. Presentada en la “Quincena de los realizadores” del Festival de Cannes del año pasado y nominada al Oscar como Mejor Película de Animación, Mirai, Mi pequeña hermana, es una pequeña gran obra.
El pequeño Kun, hijo único, disfruta de su feliz infancia hasta la llegada de su pequeña hermana Mirai. La pequeña bebé se convierte en el centro de atención de sus padres y Kun se siente abandonado y celoso de su hermana. Poco a poco Kun se encierra en sí mismo y en el jardín de su casa dónde la magia lo llevará a un mundo dónde el presente y el pasado se juntan. Kun conocerá a sus parientes de diferentes épocas, su madre cuando era pequeña, su tatarabuelo como un joven y su hermana Mirai en el futuro. Solo el cine de animación de Japón, el animé, es capaz de mezclar los tonos de forma brillante como lo hace esta película. El más sutil drama familiar, lleno de detalles, con apuntes psicológicos tan precisos como tiernos, donde los personajes, tanto el pequeño protagonista como sus padres, tienen un retrato de una absoluta humanidad, con sus grandes y pequeñas cosas. Pero no es solo eso lo que se destaca de Mirai. La película se lanza a la fantasía más bella y delirante, pasando por momentos de hermosa poesía a otros (breves) de terror y muchos otros de sobrio retrato social. Todo eso a través de los ojos de un niño, nunca sintiendo los límites de un retrato psicológico estándar, ni tampoco perdiendo el eje de su tema principal: la aceptación de un niño de la llegada de su pequeña hermana y la transformación de la familia.
La importancia de la familia Mirai: Mi Pequeña Hermana (Mirai no Mirai, 2018) es una película japonesa animada de fantasía y aventuras dirigida y escrita por Mamoru Hosoda (La Chica que saltaba a través del Tiempo, El Niño y La Bestia). Las voces originales son puestas por Moka Kamishiraishi, Haru Kuroki, Kaede Hondo, Kumiko Aso, Gen Hoshino, Masaharu Fukuyama, Koji Yakusho, Yoshiko Miyazaki, entre otros. El filme estuvo nominado en la categoría Mejor Película Animada de los premios Óscar y los Globos de Oro, además de que fue seleccionado como Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy, en Francia. La historia se centra en Kun (Moka Kamishiraishi), un niño de cuatro años que vive con su mamá, su papá y su mascota Yukko. Kun pasa su tiempo divirtiéndose con sus trenes bala de juguete, sin embargo la dinámica familiar cambia de repente cuando su madre regresa al hogar con un nuevo integrante en sus brazos: la beba Mirai. Con la llegada de su hermanita, los celos de Kun se irán acrecentando y para él será insoportable ya no ser más el centro de atención. Cuando el nene sale al patio trasero, se encontrará con una sorpresa: allí está parada una adolescente que resulta ser la versión de su hermana Mirai en el futuro. Junto a ella, Kun tendrá varias aventuras donde viajará al pasado de varios integrantes de su familia. Con una animación llena de colores cálidos que transmiten una hermosa sensación de armonía, en esta ocasión Mamoru Hosoda toma como eje para su nueva película el cómo le afecta a un hijo único la llegada de un hermano. El director plasma con sabiduría esta etapa donde el chico llega a sentirse reemplazado y hasta no querido. Berrinches, gritos, bronca y tristeza abundan dentro y fuera de Kun, lo cual resulta totalmente normal y a más de uno lo hará sentirse identificado. Pero la trama no se queda solo en eso, sino que a partir de su toque fantástico nos sumerge en un viaje enternecedor que nos hace dar cuenta del por qué de muchas de las decisiones que toman los padres o de la importancia de los pequeños detalles para que el árbol genealógico se haya dado de esa forma. Por otro lado, el director demuestra que no solo la vida de Kun da un giro de 180 grados, sino también la de sus progenitores. La madre, una señora de negocios que trabaja afuera día tras día, ya no puede encargarse de los quehaceres de la casa y es el padre, un arquitecto, el que debe empezar a cocinar, limpiar y llevar a su hijo a la escuela. Aunque en ciertas partes la cinta se vuelve demasiado imaginativa, el abordaje de la temática funciona tanto en chicos como en adultos, dejando una simple pero bella enseñanza sobre el amor familiar. Mirai: Mi Pequeña Hermana rebosa de ternura. No solo deja pensando al espectador, sino que lo hace sonreír en más de una ocasión y hasta puede llegar a emocionar a los más sensibles.
Por suerte los iniciados ya están sobre aviso. Con mínima salida, vía + Que Cine, se estrena el nuevo dibujo de Mamoru Hosoda, el autor de “La chica que saltaba a través del tiempo”, “Los niños lobo”, “El niño y la bestia”. Se trata de “Mirai, mi pequeña hermana”, reciente finalista al Oscar al Mejor Film de Animación. No llega, todavía, al nivel de Hayao Miyazaki, pero poco le falta. Sabe captar la mente de los niños, pinta su mundo en preciosos detalles, y lo hace convivir con el mundo de la fantasía. Más aún, hace crecer al niño a través de la fantasía. Así ocurre en esta película con un chiquilín que de un día para otro descubre lo que se llama “síndrome del príncipe destronado”. A su casa ha llegado una pequeña intrusa que tiene embobada a toda la familia. Pronto empiezan los celos y berrinches. Hasta que de pronto, cuando la cosa se pone seria, aparece el príncipe anterior. No diremos quién es, ni cómo se banca su situación actual, ni quiénes irán apareciendo en siguientes episodios, o qué puede pasar si el chico no mejora un poco. Vale decir, acá las fantasías no son un refugio, sino un modo (un tantito amenazador pero muy efectivo) de aprendizaje. Y no sólo aprenderá el chico sino también el padre. Interesante, la pintura paralela de un padre torpe, siempre por debajo de la madre. En suma, hermosos dibujos, técnica notable, combinando habilidades digitales y artesanales, historia bien contada, muy imaginativa, el mejor film de Hosoda hasta la fecha.
La casa de los espíritus El coming of age suele contar el drama que supone el tránsito hacia la adultez. Mirai pertenece a otro tipo de drama, que narra un proceso seguramente más terrible: aprender a ser niño. Los colores vivos y contrastados que colman la casa de los protagonistas no alcanzan a disimular las dificultades que minan la familia. La pareja acaba de tener a Mirai, su segunda hija. El cambio altera drásticamente la vida de todos: la madre tiene que volver al trabajo y dejar a la recién nacida; el padre hace malabares entre la crianza, las tareas del hogar y su trabajo de arquitecto freelance; Kun, de cuatro años, siente el abandono de los padres y se consume en celos y enojos. La situación, que debiera ser ocasión de paz y de felicidad, pone a prueba la resistencia de cada miembro de la familia: el dibujo es amable y el tono general ligero, pero el retrato del grupo está lejos de cualquier idealización. Hasta que el director recurre abiertamente a las posibilidades de la animación, y el cansancio y las frustraciones cotidianas son recubiertos con escenas fantásticas que brotan de la imaginación de Kun o de alguna magia no dicha. El protagonista se mueve a través del tiempo y de los lugares y el viaje se transforma en una forma de sanación personal: Kun se encuentra con su mamá de chica y ella lo invita a jugar juntos; la madre, despreocupada y libre, todavía sin haber interiorizado los códigos del mundo adulto, no se parece en nada a la del presente. En otro de sus viajes, el protagonista aparece en el Japón de posguerra y conoce a su bisabuelo, que le enseña a andar a caballo y en moto; el momento desborda aventura y virilidad, todo lo que el padre de Kun, torpe, asustadizo, no puede ofrecerle al hijo. La película procede así, entonces: se desplaza a lo largo del tiempo y de la saga familiar para contar las pequeñas hazañas y miserias que modelaron el mundo que habita Kun. La alternancia entre mundos (el presente y el fantástico) instala un desbalanceo: a veces el salto hacia lo imaginario resulta menos efectivo que el retrato cotidiano, tal vez porque Hosoda trata de imprimirle a lo primero una espectacularidad que desentona demasiado con la armonía y la discreción visual de la casa familiar. Se tiene la impresión de que la película dedica ingentes cantidades de ideas y técnicas animadas y que el éxito es desparejo: algunos momentos funcionan visiblemente mejor que otros; el exceso de formas no garantiza la eficacia narrativa. A su vez, Hosoda parece más decidido que otras veces a explotar la tristeza de la historia, y en muchos casos ese esfuerzo se nota demasiado, como si el director tratara de suplir con una emoción a veces fácil, automática, el interés que algunas escenas no llegan a generar por sus propios medios. A medida que avanza el relato, la película parece tomar carrera y el director se pone ambicioso: el último segmento imaginario exhibe un trabajo visual extraordinario que no tiene un correlato en la ingeniería del relato: la aventura final del protagonista se siente mecánica, como un paso narrativo obligado que el director ejecuta sin demasiada convicción. De todas formas, el dispositivo de los viajes entre épocas provee a la película de una galería casi inagotable de estallidos narrativos: incluso en los momentos menos logrados, el recurso de mezclar los años y las generaciones logra hacer sentir la potencia del tiempo, de su paso y de su desarticulación, algo que pocos directores parecen haber conseguido, con excepción de otros animadores japoneses como Miyazaki y Satoshi Kon.
El tema de la llegada de un hermanito ha sido tratado por películas como "Cigüeñas" o "Los Increíbles", pero pocas veces se dedicó todo un largometraje para desarrollar el problema. Y los japoneses aceptaron el desafío. En este caso: Mamoru Hosoda ("El Niño y la Bestia"), creador de los Estudios Chizu, apostó a un largometraje, que posteriormente fue seleccionado y enviado a la Academia de Hollywood para competir por los Oscar. El filme no sólo desarrolla el problema que tienen todos los chicos ante la llegada de un hermanito sino que lo hace desde un punto de vista actual, extendiendo sideralmente en cuanto al tiempo la consideración del problema. LA AYUDA FAMILIA Un departamento modelo es el de los padres de Kun, de cuatro años. Hasta tiene un pequeño patio con un árbol y un pequeño jardín. La modernidad incluye las costumbres. Un padre que abandonó el trabajo en la empresa por un empleo en su casa, mientras su mujer mantiene un empleo fuera del hogar. Así el padre de Kun puede cuidar la casa y ocuparse de Kun y del perro, mientras su esposa no está. La llegada de la pequeña Mirai rompe la tranquilidad. Llorona y muy mimada, revoluciona la familia y provoca los celos de Kun. Ya nadie responde a sus pedidos y los llantos de la bebé son atendidos por los padres antes que los de Kun. Hasta los trenes que tanto ama el chico se transforman en armas para intentar agredir a la pequeña Mirai, mientras su madre le grita para que no moleste. Aunque ella misma se reproche por haberle gritado, sabe que ciertas reglas deben respetarse para evitar problemas en el hogar. Lo interesante del asunto es que cuando nos preguntamos cómo se puede atemperar el problema, Mamoru Hosoda, como buen representante oriental, apegado a la tradición, da una vuelta de tuerca a la historia. Y convoca a la familia del pasado y del futuro para ayudar a Kun a comportarse. El pequeño recibirá todo tipo de lecciones de una mamá que ahora aparece con la edad del chico, que descubre desordenada como él, mientras el abuelo, veterano de guerra, lo ayuda a aprender a andar en bicicleta, y su perro se presenta como un elegante príncipe. CONSTELACIONES De alguna manera la "terapia de las constelaciones", tan de moda en nuestros días, asume una nueva forma y variados esquemas afectivos. Como el simbólico "árbol de la vida" que se yergue orgulloso en el patio, Kun aprenderá nuevas cosas de sus ancestros, incluso de Mirai, que aparece ante él convertida en adolescente y dispuesta a dialogar. Con un exquisito estilo en la animación, sutileza en el planteamiento del problema y absoluta contemporaneidad en los enunciados, Mamoru Hosoda demuestra que el cetro de su admirado Miyazaki, el mago de la animación, fallecido hace un año, está en creativas manos.