Recuperar la mística
Contrastes de colores, de épocas y de algo menos tangible, que se acerca a la utopía de que la murga y el carnaval tengan el verdadero sentido y no el arrastre de la degradación cultural a la que estamos expuestos por herencias que llegan desde las nefastas dictaduras y el avance de la derecha reaccionaria y conservadora, que siempre ve un peligro latente en lo popular.
Y es ese blanco y negro de la melancolía el que nutre gran parte de este documental que se instala en el corazón de la murga Los cometas de Boedo durante sus preparativos para la gran noche cuando las calles los reciban en ese mezclado anhelo de alegría y exposición ante una audiencia que debe romper con inercias como los prejuicios, etiquetas que se ganan gratuitamente cuando episodios aislados dan cuenta de climas donde la inseguridad y el descontrol reinan por encima de la fiesta.
Y de eso va Mirala (que linda viene), este sencillo homenaje disfrazado de documental, que procura encontrar un espacio en las contradicciones de los ensayos, que participa cámara en mano como un testigo invisible de las organizaciones de coreografías, diversidad de criterios para sacar lo mejor de ese grupo de jóvenes con mucho menos entusiasmo que el de la vieja guardia, dispuestos a poner lo mejor de sí en el trabajo colectivo.
Lo más interesante del recorrido no es la presentación final donde aparece el color en la imagen para sintetizar un dispositivo conceptual detrás de la propuesta estética, sino en la antesala del resultado, producto de debates y discusiones que van más allá del hecho de la murga para adentrarse en las ideas de cultura y las diferencias de estilo para entender la filosofía murguera, algo que falta siempre y mucho más ahora donde aparenta el ruido de fuegos de artificio que tapan el clamor y la denuncia de un estado en que la cultura refleja sus heridas.