Mis días con Gloria es una de esas cosas que suelen filmar en San Luis, hermosa provincia cuyos paisajes se muestran de manera profusa en varios de sus planos, acaso como compensación a la torpeza general que afecta la película. La curiosidad mayor del asunto resulta ser la presencia en el elenco de Isabel Sarli, que interpreta a una diva del cine retirada a la que le anuncian que le quedan pocos días en este mundo. Como Gloria Swanson en El ocaso de una vida, la vieja vive de los recuerdos de sus remotos triunfos; igual que lo que ocurre con la geografía puntana, Mis días con Gloria aprovecha para exhibir con entusiasmo fragmentos de la filmografía de la Coca, que la ex actriz ve a solas en la oscuridad de su living. Se agrega a la trama un personaje también terminal encarnado por Luis Luque (con su aspecto inmejorablemente desalineado, Luque parece especializado en personajes al borde del abismo), un asesino a sueldo que quiere dejar la profesión, asolado por un trauma que no termina de quedar claro y al que se hace referencia en un parlamento de increíble ineptitud. El toque de actualidad periodística está dado por el detalle de que el hombre trabaja en realidad para un mandamás de la policía local, papel que recae en el insólito Nicolás Repetto. Isabelita Sarli, por su parte, se parece bastante a su madre (y eso que es adoptada). Como otro de los guiños que la película destina a los seguidores del cine de la dupla conformada por Sarli y Bo, en un primer plano se puede ver cómo los pechos de la chica son convenientemente magreados por dos manos masculinas que ingresan desde fuera de campo.
Jusid nunca fue lo que se dice un virtuoso, pero tampoco es que filme espantosamente mal. Lo suyo es más bien una corrección anémica, como si a las películas se las sacara de encima con desgano, a la que se le viene a sumar una terrible dirección de actores. Pero encima el hombre no tiene suerte con los guiones. O quizá se trata solo de mal gusto. Si se piensa que hay cuatro personas escribiendo Mis días con Gloria, aunque la cantidad no constituya garantía alguna, parece demasiada gente para un resultado tan magro. Porque lo que ocurre es que la película acumula citas, da manotazos para ver si de la historia del cine puede extraer algo que le aporte un poco de vida. Hace tiempo que el policial argentino es problemático. Para decirlo más claro: es un problema. El color local solo agrega en esta ocasión una pátina sobre la que la mirada se puede deslizar con una familiaridad precaria, siempre sujeta a la trampa de su propia impostura. La película hace como si el cine le perteneciera. Pero la verdad es que el cine parece que se le escapara, o que solo pudiera obrar en forma de evocación estéril.
Aquí no interesa la clase B, ni un pájaro en su jaula importado de Melville, ni la película de Wilder mencionada arriba y a la que se alude expresamente desde el título. En realidad ni siquiera importa Sarli, que figura al frente del cast pero cuyas escenas parecen metidas a la fuerza en la historia principal, que es la del personaje de Luque. Mis días con Gloria se asemeja a un experimento de entrecasa en el que se manipulan materiales que exceden la destreza de los participantes. Al final, solo queda el residuo de algo que por costumbre llamamos cine. Imágenes que no nos hablan (como en el tosco montaje que se hace de las películas de la Sarli, a modo de tributo, ahora sí, a la diva real) pero que se encargan de ejercer la simulación de una pertenencia dudosa.